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Actualizado: 29 de junio de 2025
El mancebo agradeció al gobernador la merced que quería hacerles de volverlos a su casa, y así, se encaminaron hacia ella, que no estaba muy lejos de allí.
Era el famoso Quico Bolsón, el héroe del distrito, un roder con treinta años de hazañas, al que miraba la gente joven con terror casi supersticioso, recordando su niñez, cuando las madres decían para hacerles callar: «¡Que viene Bolsón!» A los veinte años tumbó a dos por cuestión de amores; y después al monte con el retaco, a hacer la vida de roder, de caballero andante de la sierra.
Querian conocer á su emperador, detenido en la estacion por algunos momentos para hacerles á sus fieles súbditos el raro honor de tomar un ligero refrigerio y dejarse contemplar un poco. Pues; su Majestad come á veces, cuando quiere probar su benevolencia. Qué bondad! qué bondad!
El cual mostraron también en la disciplina larga verdaderamente no poco, pero no tanto que satisfaciese á su fervor, por lo cual costaba mucho el hacerles cesar, pidiendo á gritos misericordia á Nuestro Señor, y repitiendo fervorosísimos actos de contricción y propósitos de no ofender más á su Divina Majestad, principalmente en su innato vicio de la embriaguez, del cual, con el favor de Dios, se han olvidado totalmente, pero donde se conocía más claramente su piedad y el verdadero dolor y arrepentimiento de sus culpas, era en el acto de la confesión sacramental á que se llegaban llorando tan amargamente que me sacaban lágrimas á los ojos y me llenaban de increíble consuelo, dando gracias á la Divina Misericordia que obra en gente de suyo tan bárbara y nueva en la fe tan prodigiosos efectos.»
El Sr. Taylor deja entrever con insistencia su recelo de que en España se come poco y mal, de modo que nosotros para agasajar á los extranjeros no los convidamos nunca á comer, limitándonos á hacerles muchas cortesías.
No, Ulises, usted no me conoce, no sabe quién soy... Aléjese de mí. Hace unos días me era indiferente. Y odio á los hombres, y nada me importa hacerles daño. Pero ahora me inspira usted cierto interés, porque le creo bueno y franco á pesar de sus exterioridades arrogantes... ¡Márchese, no me busque! Es la mejor prueba de afecto que puedo darle.
Y ahora, repentinamente, después de la dulce flojedad de diez años de triunfo, con la rienda á la espalda y el amo á los pies, venía el cruel tirón, la vuelta á otros tiempos, el encontrar amargo el pan y el vino más áspero pensando en el maldito semestre, y todo por culpa de un forastero, de un piojoso que ni siquiera había nacido en la huerta, descolgándose entre ellos para embrollar su negocio y hacerles más difícil la vida. ¿Y aún vivía ese tunante? ¿Es que en la huerta no quedaban hombres?...
El Rey Sabio, que recomienda en sus Partidas que los barcos de las escuadras lleven yeso para cegar a los adversarios y jabón para hacerles resbalar, no se olvida tampoco de encarecerles que se provean también de cebollas, porque las cebollas dice él les librarán del «corrompimiento del yacer de la mar».
Los de fuera, encerrados en jaulas y enormes pajareras construídas al efecto, exigían algunos servidores para procurarles la adecuada alimentación y hacerles la limpieza. Después, la nostalgia causaba en ellos grandes claros, que se llenaban encargando a París y Londres nuevas y costosas remesas. Lo mismo pasaba con los vegetales.
Un ser maltratado por la naturaleza, horrible, una especie de cosa sin forma y sin nombre, no había parado hasta sacarme de un lance apurado, y yo, hombre lleno de altivez, dotado de cierta razón por la naturaleza, y llegado por ella al sentimiento de la responsabilidad moral, había dejado mil veces, sin hacerles advertencia alguna, meterse á otros hombres, hasta á los que llamaba amigos, en pasos bastante más terribles que el desfiladero de una montaña.
Palabra del Dia
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