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Andrés era implacable al narrar las penalidades de sus héroes. Describíalas con todos los pormenores de que era capaz y no se cansaba nunca de amontonar sobre ellos desdichas. Quizá le estimulase el gusto de ver a Rosa enternecida.

Se concibe allí la vida de los antiguos patriarcas y de los primitivos héroes y pastores, y las apariciones y visiones que tenían, las ninfas, de deidades y de ángeles, en medio de la claridad meridiana. Andando por aquella espesura, hubo un momento en el cual, no acierto a decir cómo, Pepita y yo nos encontramos solos: yo al lado de ella. Los demás se habían quedado atrás.

De caracteres fijos y necesarios no hay que hablar, por consiguiente, puesto que en los personajes de las clases, que se distinguen con este nombre en las comedias, puede tener cabida la mayor variedad de individuos. Tan justa sería esa crítica como achacar también á Shakespeare uniformidad y defecto de caracteres individuales, porque ofrece en la escena con repetición héroes, amantes, etc.

Una tradición en boca del pueblo, que nadie escucha, y esa gran tumba de héroes sepultada entre olivos, sobre la cual las simbólicas ramas de éstos estampan por solo epitafio: ¡Paz á los muertos! Parecía aquella morada comunicar algo de su gravedad y silencio á la familia del capataz que la habitaba. Era éste un hombre austero; su mujer era callada, y sus hijos tímidos.

Si Julio Antonio hubiese hecho una estatua del conde de Romanones, vestido de chistera y levita, un monumento a las víctimas del 8 de diciembre o un grupo dedicado a los héroes del 13 de abril, yo le banquetearía sin inconveniente ninguno.

Concluiré el elogio de este varón Apostólico con un acto que por ventura es el más digno de saberse y que él sólo bastaba para contarle entre los heroes de esta provincia; para cuya inteligencia me es preciso tomar la relación de más lejos.

El indio hace lo que ve hacer, y se deja llevar en momentos dados, desde sus indolentes sueños á las altas regiones donde centellea la luz de los héroes. Un capitán español al frente de cien indios, puede recordar las grandes epopeyas de las guerras épicas. El español se bate por el ardimiento de su sangre, por el sacrosanto amor patrio, por su espíritu de raza.

Todos nos hemos mostrado grandes y altivos frente al invasor; todos hemos sido héroes con el heroísmo del que se sacrifica, más poderoso mil veces que el heroísmo que vence. Aquí tuvo que detenerse, ahogada su voz por el estrépito de una ovación inmensa.

Alejandro, el Bermúdez nuestro, tuvo tanto de su homónimo, el de Macedonia, como sus hermanos Héctor y Aquiles de los dos famosos héroes de La Iliada; aunque, en honor de la verdad y escrupulizando mucho las cosas, algo vino a sacar, ya que no del insigne conquistador, de su padre, pues llegó a ser tuerto como el gran Filipo.

Cantaba o recitaba mil antiguas leyendas en verso de las edades divinas, de héroes y semidioses: de la venida de Europa a su isla, del furor amoroso de Pasifae y del triunfo y de la perfidia de Teseo. Y bailaba aún, según ella aseguraba, la misma ingeniosa danza que Dédalo compuso para la princesa Ariadna de las trenzas de oro.