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Actualizado: 20 de mayo de 2025
La juventud rusa, todos aquellos aristócratas que tenían grados en la Guardia Imperial o altos puestos en la administración, hablaban con entusiasmo de la hermosa española y envidiaban a Selivestroff. El conde recordaba con melancolía la soledad de su castillo, guardadora de tantos recuerdos amorosos.
Una dalaga que tenga la desgracia pues de tal debe calificarse, de aceptar amores con uno que no sea su paisano, tiene que sufrir todo género de tormentos para llegar á realizar su enlace. La raza tayabense es en el Oriente, la guardadora de las tradiciones jitanas. El jitano no se casa sino con jitana, lo mismo que el tayabense no lo hace, salvas pocas excepciones, si no con tayabense.
Gastaban las damas gaditanas ostentoso lujo, no sólo por hacer alarde de tranquilidad ante las amenazas de los franceses, sino porque era Cádiz entonces ciudad de gran riqueza, guardadora de los tesoros de ambas Indias.
Pero sois libre... No por cierto, porque aún vive mi honor. ¿No confiáis en el mío? El vuestro está tan enfermo, que dudo mucho que no muera si no le curáis á tiempo. ¿Qué decís, señora? Que si yo soy libre, vos no lo sois. ¡Ah! Sí; doña Catalina, vuestra esposa, tiene en mí una buena guardadora por lo que toca á sus derechos. ¿De modo que si yo fuera libre?... Me esclavizaría con vos.
Ana, viuda a la sazón de su capitán mercante, que andaba allá por Ribadeo, se prestó gustosa a ser, en cierto modo, la dueña guardadora de la Tribuna. Por su parte Baltasar se apoderó de Borrén. Estaban aún los dos enamorados en el período comunicativo. ¿Te dio palabra de casarse contigo? preguntaba Ana a su amiga.
Allí aparecían, colocados en buen orden, los reyes magos y algunos pastores y zagalas de un antiguo nacimiento, un ángel, dos muñecas vestidas con mucho aseo, y varias cajitas y otros juguetillos que daban testimonio de lo cuidadosa y guardadora que era su hermoso dueño.
Si en Madrid se supiesen ciertos pormenores, si en rápida visión pudiesen ofrecerse a los ojos de la sociedad elegante algunas escenas por las que aquella altiva y encopetada dama pasó, pocos envidiarían su existencia. ¡Qué torturas, qué refinamientos de crueldad! A los cuatro o cinco años ya estaba obligada a ser la vigilante guardadora de otros dos hermanitos.
Aquí, en estos talleres, estaban la riqueza y la honra de Valencia; aquí trabajaban los velluters, aquella gente que por su tonillo docto era el prototipo de la pedantería, pero que resultaba respetable por ser la fiel guardadora de las costumbres tradicionales, la sostenedora de ese carácter valenciano, sobrio, alegre y dicharachero, que casi ha desaparecido. ¡Qué hombres aquéllos!
Palabra del Dia
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