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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Sería en su lecho como en la escena: de todos y de ninguno. Aquel Apolo rubio, de músculos duros y blancos como el mármol, de ojos grises, bondadosos y acariciadores, la amaba de veras. Leonora, recorriendo el pasado, confesaba que Selivestroff había sido su mejor amante. Se enroscaba a sus pies sumiso y adorador, como Hércules ante Ariadna, acariciándola las rodillas con su hermosa barba de oro.

El la había inducido a abandonar a su padre, turbándola con una embriaguez voluptuosa. Sintió el deseo de vengarse, de recobrar su libertad, y abandonando a Salvatti, huyó con el conde Selivestroff, un ruso de varonil belleza, rico y capitán de la Guardia Imperial. Su suerte estaba echada; pasaría de brazo en brazo. Su vida era el canto y dejarse adorar por los hombres.

Selivestroff murió sonriendo entre los brazos de su amante, buscando por última vez con su boca sanguinolenta aquellas manos de nácar delicadas y fuertes.

La juventud rusa, todos aquellos aristócratas que tenían grados en la Guardia Imperial o altos puestos en la administración, hablaban con entusiasmo de la hermosa española y envidiaban a Selivestroff. El conde recordaba con melancolía la soledad de su castillo, guardadora de tantos recuerdos amorosos.

Pero Leonora no podía vivir lejos de la escena; las grandes damas huían de ella en el campo, y Leonora quería que la aplaudiesen y festejasen. Decidió a Selivestroff a trasladarse a San Petersburgo y cantó en la ópera todo un invierno, como una gran señora, convertida en artista por entusiasmo. Volvió a ser la mujer de moda.

Se acercaba todos los días con timidez, cual si la viese por vez primera y temiese ser rechazado; la besaba con adoración y recogimiento como una joya frágil que pudiera romperse bajo sus caricias. ¡Pobre Selivestroff! Era el único amante cuyo recuerdo conmovía a Leonora.

Con el cabello duro y rojizo, sus gruesas gafas y el enorme mostacho cayendo a ambos lados de la boca y encuadrando la mandíbula, no era ciertamente hermoso como Selivestroff, pero tenía la magia irresistible del arte.

Palabra del Dia

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