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Actualizado: 4 de junio de 2025


Todos gritan, hormiguean al pié de la fuente, se restregan, se apostrofan; pero al echar sobre la espalda el barril de agua, recobran no qué del aire paciente de la mula de carga. Al dar con una callejuela, de esas que son las vias de comunicacion obligadas entre dos grandes calles, tropezais con un enjambre de curiosos tipos.

¡Viva el duque de la Victoria! gritó un zapatero. ¡Orrrden! ¡Abajo los de arriba! ¡A la calle los de abajo! ¡Orrrrrdeeennn! Y nadie se entiende allí, porque todos gritan y se revuelven y manotean, armándose un tumulto tan espantoso, que me río yo de los que se promueven cada día en el «templo de nuestra Representación nacional».

¡Socorro, caballero! gritan á un tiempo Soledad y su compañera asidas por aquellos bárbaros. ¿Qué es eso? preguntó el jinete. ¡Á ver si dejáis ahora mismo á esas chicas! Siga usted su camino, señorito, y no se meta donde no le llaman... ¡No sea que se le apee del jaco por las orejas! dijo uno de ellos. ¿Á , granuja? exclamó el caballero apeándose de un salto.

El adversario no ha penetrado la intencion, no acude al peligro, juega, y el distraido que perdia tiempo y piezas, ataca por el flanco descubierto, y con maligna sonrisa dice: «jaque mateTiene razon, gritan todos, y ¿cómo no lo habiamos visto? y una cosa tan sencilla!.... pues es claro, perdió el tiempo para enfilar por aquel lado, abandonó una pieza para abrirse paso; acudió allí, no para defenderse sino para cerrar aquella salida; parece imposible que no lo hubiéramos advertido

En la plaza, que no es mala, se aglomeran, gritan, patean, juegan los golpes, hacen espíritu, gozan como los españoles en idéntico caso, atestiguando su filiación más con su algarabía que con su idioma. Pero las corridas de toros en Venezuela se diferencia en dos puntos esenciales de las de España.

En tanto las tropas avanzaban despejando la plaza, y algunos eran tan osados, que delante de los caballos oponían resistencia y vociferaban apostrofando á Morillo y á su gente. ¡A esos que gritan! dijo el que mandaba el piquete. Arremolinóse el gentío. Muchos corrieron á escape. Otros dieron vueltas, arrastrados por la oleada, ó permanecieron turbados sin saber qué partido tomar. Lázaro calló.

Las mentales unas son naturales, como se ve en los melancólicos muy imaginativos, á quienes se ofrecen las cosas pasadas y futuras, como presentes, con una viveza extraordinaria: en los maniacos y frenéticos, que por la enfermedad dicen que ven los muertos, y mil cosas que no hay, y lo aseguran, y gritan si se les contradice: en los sueños, donde cada dia hay motivo de experimentarlo: otras son sobrenaturales, como las que se conoce claramente que no caben en la esfera de la naturaleza.

Lanzó un gemido lastimero y se apartó de la barandilla, encolerizadísimo, importándole un bledo cuanto sucedía en la calle. ¡Dios mío, cómo gritan! gruñó, imaginándose las bocas muy abiertas, con las muelas no atormentadas por el dolor. A no ser por el que le hacía ver las estrellas, hubiera podido gritar como los demás, quizá más fuerte aún.

Pues ese es don Cosme, gritan todos, el que vive aquí a la vuelta. Y no se desgañite para decirle al público: «Señores, que no hago retratos personales, que no critico a uno, que critico a todos. Que no conozco siquiera a ese don Cosme». ¡Tiempo perdido! Que el artículo está hecho hace dos meses, y don Cosme vino ayer. Nada. Que mi avaro tiene peluca y don Cosme no la gasta. ¡Ni por esas!

Y llegarás también a ser un hábil pescador y... Un grito estridente que venía de la playa le cortó la palabra. ¡Cooo-mooo-eee! ¡Mil truenos! exclamó el Capitán, arrugando la frente . ¡El instinto no me engañaba! ¿Es el grito de los trépang? preguntó Hans. Los trépang no gritan. ¿Es, acaso, algún otro animal? dijo Cornelio. Peor todavía. Es el grito de alarma de los australianos.

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