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Actualizado: 8 de junio de 2025


A una exaltación sentimental sucedía un marasmo del espíritu que causaba atonía moral; la horrorizaba pensar que en tales días eran indiferentes para ella virtud y crimen, pena y gloria, bien y mal. «Dios, como decía ella, se le hacía migajas en el cerebro y entonces sentía un abandono ambiente y una flaqueza de la voluntad que la atormentaban y producían pánico; el extremo de la tortura era el desprecio de la lógica, la duda de las leyes del pensamiento y de la palabra, y por último el desvanecimiento de la conciencia de su unidad; creía la Regenta que sus facultades morales se separaban, que dentro de ella ya no había nadie que fuese ella, Ana, principal y genuinamente... y tras esto el vértigo, el terror, que traía la reacción con gritos y pasmos periféricos».

¿Cómo, un verdadero hombre? Quiero decir que no es ni un cura ni un labriego; es joven y está bien vestido. Entremos pronto. Entramos y estuve a punto de lanzar un grito de sorpresa al notar que mi tía ostentaba una expresión genuinamente amable, y que sonreía agradablemente al desconocido que, sentado en frente de ella, parecía estar tan a sus anchas como en su propia casa.

Acaso algún filósofo antiguo ó moderno le haya sobrepujado por la viveza del ingenio, por la visión rápida y clara de los grandes problemas de la ciencia, pero ninguno tuvo jamás un rostro más grave, más absorto, más genuinamente científico que el tío Goro cuando de las ocupaciones manuales pasaba á las intelectuales.

Y ¡si el dichoso vapor era genuinamente filipino! ¡Con un poquito de buena voluntad hasta se le podía tomar por la nave del Estado, construida bajo la inspeccion de Reverendas é Ilustrísimas personas!

En la estancia van a conocer ustedes a Baldomero, el capataz, un tipo genuinamente criollo, que ha tenido sus contrastes y sus desgracias, pero que es amable y jovial en todos los casos y que al preguntarle una vez: «¿Cómo le va, Baldomero?...» me contestó así: «Aquí vamos, don Melchor, tragando amargo y escupiendo dulce.» ¡Qué hermoso! dijo Lorenzo.

Tanto los sacerdotes regulares como los del clero secular confiesan que la masa del pueblo se halla aún sometida a la superstición heredada de los antepasados, la superstición que podría llamarse genuinamente filipina, la que proviene de las antiguas creencias en el nunu, el asuang y el anito y todos los espíritus de la antigua idolatría, anterior a la implantación del catolicismo por los misioneros españoles.

»Pinturas que son verdaderas fotografías con movimiento hay en su romance, y Baldomero, representante genuino de nuestros hombres de campo, de verba pintoresca y tranquilo razonar ecuánime, ha sido arrancado de la realidad él mismo, en medio de aquella naturaleza genuinamente argentina, de horizontes dilatados y soberana magnificencia.

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