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Si esto ocurre alguna vez, me llevarán á morir en un islote inmediato á la gran barrera, como murió mi abuelo. Pero la intervención de Flimnap sirvió, como ya dije, para que yo encontrase un refugio aquí, donde me considero casi seguro. Tal vez se preguntará usted, gentleman, por qué razón vuelvo á la capital y me empeño en vivir en ella, estando aquí el terrible Consejo que me persigue.

Debo ser prudente, gentleman; el gobierno tal vez me vigila. Fíjese: ¡amigo de usted y amigo de Gurdilo!... Hay más de lo necesario para que me encierren en una prisión. Pero volveré; yo le traeré noticias. Cuente con que mi amigo el profesor de Física no hará nada contra usted aunque se lo mande el gobierno.

Aunque vestía a la última moda, con minuciosa corrección, repitiendo los gestos y frases aprendidos durante un año de gran vida europea, este gentleman de tez amarillenta se ponía de color de ladrillo y le brillaban los ojos siempre que giraba la conversación sobre actos de valor, y escenas de muerte, como si resucitase en su sangre la acometividad de los abuelos españoles y de los abuelos indígenas, entreverados en luengos siglos de peleas.

El sexo masculino es así. Por más que se pretenda afinarle, conserva siempre un fondo originario de grosería y de inconsciencia. En fin, gentleman, tenemos orden de llevarle atado hasta nuestra capital, pero marchando por sus propios pies. »Nada de fabricar una enorme carreta y de amarrarle sobre ella, siendo arrastrado por centenares de caballos.

El Hombre-Montaña se fijó en varias mujeres que estaban en lo alto de dicha puerta para verle pasar, y en un hombre, el único, envuelto en púdicos velos. Gentleman, soy yo dijo á gritos, agitando sus blancas envolturas. El gigante extendió la mano sobre las torres, y tomando entra dos dedos á Ra-Ra, lo puso delicadamente en la abertura del bolsillo alto de su chaqueta.

Me asombro de su atrevimiento, gentleman, pero ¡quién sabe si estos enamorados valerosos ven la realidad mejor que nosotros y conocen los goces de la vida más que los prudentes!... Yo, gentleman, tal vez hubiese sido como ellos, pero nunca tuve ocasión de conocer el amor. Mi mundo no me daba facilidades para enamorarme.

Sólo Flimnap, siguiendo los consejos de su amor y seguro de la bondad del gigante, se atrevió á ir hacia él. ¡Gentleman dijo con voz llorosa , lléveme con usted, ya que su intención es huir para siempre de esta tierra! ¡Piense en , se lo suplico!... ¿Cómo podré vivir cuando el Gentleman-Montaña se haya marchado para siempre?...

Un gentleman aviejado y cada vez más flaco, que juega y pierde en los primeros días de todos los meses, dice con desesperación á los que le escuchan, cuando ve desaparecer sobre el tapete sus últimas fichas: Yo soy el lord Lewis que aparece en ese libro sobre Monte-Carlo, escrito por «Ibanez», el novelista español.

Conozco los trabajos de las mujeres en este período de gestación revolucionaria. Los conozco no solamente por los libros, sino por algo más directo y viviente. Mi abuela fué una de las agitadoras en este período difícil y glorioso. Le confesaré, gentleman, que no todas las mujeres tenían una idea exacta del papel que les tocaba desempeñar.

Únicamente al notar la impaciencia del gentleman, y con el deseo de serle útil, me he atrevido á faltar á mi promesa. Le suplico que no cuente nunca al profesor que me ha visto sin velos. Iba á hablarle Gillespie, cuando llegaron á sus oídos los gritos de un grupo de pigmeos que se agitaba junto á sus pies, mientras otros subían ya por la escala de madera hasta una de sus rodillas.