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Actualizado: 22 de noviembre de 2025


Y mientras esto decía, besaba el rostro terso y sonrosado de su gentil hermanita. La niña respondió entre sollozos: ¡Ay, María, te pierdo para siempre! No, querida, no... Me verás muchas veces... y hablarás conmigo. ¡Qué importa!..., te pierdo, hermana mía...

La Magdalena es un magnífico anacronismo, un palacio asombroso y una mala basílica; un gran alcázar y una mala iglesia; un gran templo gentil y un mal templo cristiano.

Pues volviendo al edificio que tengo delante, nos alucina; no nos llama; pertenece al arte gentil, no al arte cristiano; es una especie de idolatría; no un culto; no una adoracion; tendré que decirlo otra vez: es un brillante anacronismo. El culto divino no hubiera perdido casi nada, si se hubiera llevado á cabo el pensamiento de Napoleon, que queria convertirlo en templo de la gloria.

Al anochecer de aquel mismo día volvió a entrar el general en el palacio del Rey Venturoso con la carta del Kan de Tartaria entre las manos. Haciendo un gentil y respetuoso saludo, se la entregó a la Princesa. Rompió ésta el sello y se puso a leer, pero inútilmente: no entendió una palabra. Al Rey Venturoso le sucedió lo mismo.

En Fray Luis de León fuíste cigarra que endulzaba el reposo de la siesta, y tonada de amor de la tierruca en los cuadros agrestes de Pereda; caballero gentil de la Armonía en el rugiente "Niágara" de Heredia, batir de alas de ingrávidos querubes en las trovas ardientes de Teresa.

El hombre que así me acata, el hombre que así me considera y admira, es el más discreto, el más elegante de la aristocracia de Madrid; es celebrado por su gentil presencia, por su gracia, por su valentía y hasta por sus conquistas amorosas.

La vió en las fiestas de Bib-Arrambla, resplandeciente como una hada; hada sombría doliente y pálida. ¿Por qué tan rica, tan codiciada, de la hermosura gentil sultana, así insensible y así postrada?

Porque era de aquel clima ardiente de donde Kernok se había traído a su gentil compañero, que no era otro que Melia, hermosa joven de color. ¡Pobre Melia! por seguir a su amante había abandonado la Martinica y sus bananeros y su casa de celosías verdes.

Enrique se había alejado, y distraíase viendo jugar al billar; varios jóvenes llamaron al gentil ayudante de campo, y, de grado o por fuerza, no tuvo más remedio que acudir al llamamiento. Sentose lejos de Cecilia, y en las prendas que él sentenció evitaba toda ocasión de aproximarse a ella.

El mancebo no se atrevió a hacer lo mismo: siguió su camino, no sin dirigirla vivas y codiciosas ojeadas, a las que la gentil señora no se dignó corresponder. Llegó al fin el coche, montó en él dejando ver, al hacerlo, un primoroso pie calzado con botina de tafilete, y fué a sentarse en el rincón del fondo.

Palabra del Dia

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