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Actualizado: 18 de julio de 2025
Las casas no son más que unas cabañas de paja dentro de los bosques, una junto á otra sin algún orden ó distinción; y la puerta es tan baja que sólo se puede entrar á gatas, causa porque los españoles les dieran el nombre de Chiquitos; y ellos no dan otra razón de tener así las casas sino que lo hacen por librarse del enfado y molestia que les causan las moscas y mosquitos, de que abunda extrañamente el país en tiempo de lluvias, y también porque sus enemigos no tengan por donde flecharlos de noche, lo cual sería inevitable si fuese grande la puerta; fuera de ésta, no tienen otro ajuar que una estera bien débil que al más leve soplo del aire se cae.
De cualquier manera que fuese, ya corriendo a gatas por entre las ramas de los pinos o tumbado de espaldas contemplase las hojas que sobre él se mecían, para él cantaban los pájaros, brincaban las ardillas y se abrían las flores suavemente.
Salta á los ojos que seria menester renunciar á semejante tarea, y que tal preciosa labor de una cornisa, de un pedestal, de un peristilo; tal magnificencia de una torre, de una cúpula; tal osadía de un arco, de una bóveda, de una flecha, que el ojo aprecia en un instante, le costarian al pobre que solo poseyese el tacto, andar mucho á gatas y encaramarse por peligrosos andamios, y exponerse á resbalar por horrendos precipicios, y todavia sin poder lograr ni la millonésima parte de lo que con tanta facilidad y rapidez consiguieron los ojos.
No es muy cómodo para nosotros, Cornelio; pero a los papúes les basta. Pero debe de ser peligroso para los pequeñuelos indígenas. Son ágiles como macacos le contestó el Capitán. No quiero correr el peligro de poner el pie en falso y de ir a dar con mis huesos en el suelo, querido tío, cosa muy fácil con esta obscuridad; prefiero andar a gatas. Es lo más seguro dijo el Capitán, riendo.
Y mirándose en aquellos ojitos bobos, sin expresión, que le contemplaban fijamente, Maltrana decía a su hijo con el pensamiento: -Llegarás, chiquitín. Yo marcharé a gatas delante de ti; abriré con mi lengua un camino en el barro, para que avances sin ensuciarte. No temas que caiga desalentado, que vuelva a sentirme cobarde y te abandone como a la pobre mártir.
Don Quijote, que se vio libre, acudió a subirse sobre el cabrero; el cual, lleno de sangre el rostro, molido a coces de Sancho, andaba buscando a gatas algún cuchillo de la mesa para hacer alguna sanguinolenta venganza, pero estorbábanselo el canónigo y el cura; mas el barbero hizo de suerte que el cabrero cogió debajo de sí a don Quijote, sobre el cual llovió tanto número de mojicones, que del rostro del pobre caballero llovía tanta sangre como del suyo.
No las hallaba ahora ni más jóvenes ni más viejas; las barbas de los ancianos no eran más blancas, ni el niño que andaba á gatas ayer podía moverse hoy haciendo uso de sus pies: era imposible decir en qué diferían de las personas á quienes había visto antes de partir; y sin embargo, algo interno parecía sugerirle que se había efectuado un cambio.
Buscó a tientas la puerta del pasadizo y la empujó; mas como tenía cierre de cristales y podían verle desde la calle, se echó a gatas para atravesarlo. En la puerta que comunicaba con la casa estaba Jacoba esperándole.
Aparecía con frecuencia cerca de la verja una niñera alemana cuidando de un chiquitín peliblanco y cabezudo, que jugueteaba a gatas sobre la alfombra con un osezno de peluche. Al verla, los muchachos sonreían con repentina confianza. Era de su misma clase social, y esto bastaba para desatar las lenguas e iluminar los ojos con el fulgor del deseo.
Uno de los que le habían acompañado entró a darle lo que pedía, y después Su Real Majestad se acostó y apagó la luz. Durante dos horas reinó el más profundo silencio, y el cura andaba casi a gatas por no hacer ruido que pudiera turbar el sueño del primero de los facciosos.
Palabra del Dia
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