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Actualizado: 15 de junio de 2025
Los hombres, en esto de conquistas amorosas, nos las prometemos, a menudo, felices. Así es que, si los del lugar estaban ya sosegados y desengañados, no faltaban aún forasteros, con tal de que fuesen sujetos de cierto fuste, que se alborotasen al ver a doña Luz, y propusiesen, allá en sus adentros, conseguir lo que otros no habían conseguido; pero pronto también se desengañaban.
No descuidaba ella por eso el gobierno de su casa, que estaba saltando de limpia, y todo muy en orden, a pesar de los siete chiquillos que tenía, el mayor de ocho años; pero como la casa era muy grande, a los cinco mayores, entregados a una mujer ya anciana y de toda confianza, los tenía en el extremo opuesto de aquel en que estaba ella, a fin de que no turbasen con sus chillidos y gritería, ya sus solitarias meditaciones, ya sus lecturas, ya sus interesantes coloquios con el padre Anselmo, con el cacique o con alguna persona de fuste que viniese a visitarla.
A ésta, como a casi todas las señoras de alto fuste y suprema elegancia, no le gustaba el trato con las mujeres sino en raros casos. Tanto más de agradecer y de estimar, por consiguiente, la extraña excepción que había hecho de Beatriz y de Inesita.
Pasó ante mí, siguiéndolo, el viejo sargento del tiempo de Rosas, que se sentaba en la cuarta silla de la izquierda; el señor calvo que se reunía en uno casi invisible, con que quería taparse la oreja, los pocos mechones dispersos que poseía; el caballero cordobés que promiscuaba entre esta antesala y la de los demás ministros, y cerrando la marcha de la larga fila interminable, los habituales del despacho, los amigos de confianza: un señor, que más tarde he visto de comerciante de fuste, otro medio francés, que era periodista, y que después he encontrado de librero; un periodista fogoso, que luego ha sido orador político e historiador de vuelo, y un coronel, que según la voz corriente circulada por El Cascabel, que redactaba esa pléyade de inteligencias vigorosas, que después ha tenido tanta actuación en nuestra patria "comandó con gran denuedo los lanceros de la Muerte, que se murieron de miedo".
Quería vencer su extraordinario tedio frecuentando la sociedad. Había renovado mucho sus amistades, dando un poco de mano a las que le recordaban su juventud de trapisondas y procurando contar entre sus íntimos a personas de mayor fuste.
Componíase dicha guardia de sugetos de no poco fuste; de señores y hasta de príncipes de las dinastías destronadas, cuyos reinos se habían anexionado Salomón y su padre, y de cuyos bienes habían ido incautándose.
Tanto osamos escribir, y se nos vino la casa a cuestas... Hasta de mal patriota nos acusó un quechuista; y un señor Pacheco Zegarra, entre otros cultos piropos, nos llamó ignorante y charlatán. Con razones de ese fuste nos dimos por convencidos de que habíamos estampado un disparate de a folio.
Hechizada quedó Poldy al contemplar los mencionados retratos. Se prendó de la hermosura y distinción de su remoto amigo. Y no pudo menos de confirmarse en la creencia de que era un príncipe indio mediatizado, un nababo, o por lo menos un brahman o un chatria de primer orden y de mucho fuste.
En la primera invasión de ella declaraba la enferma que podía haber contribuido mucho a su alivio la presencia del único hombre de fuste y de consejo que conocía entre los amigos de su casa.
Y en viniendo él concluyó Bermúdez, volviéndose hacia el otro lado, todo cambiará de aspecto y marchará como una seda por donde debe marchar... Sí, señor, ¡canástoles! aunque el demonio se empeñe en otra cosa, que no se empeñara, porque no hay razón de fuste para que se empeñe.
Palabra del Dia
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