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Los fugitivos le buscaron en una de sus visitas á la capital, implorando su protección. «La romántica» lloraba, afirmando que sólo su cuñado, «el hombre más caballero del mundo», podía salvarla. Karl le miró como un perro fiel que se confía á su amo. Estas entrevistas se repitieron en todos sus viajes.

Los cerdos, las ovejas, las gallinas, corrían igualmente, confundidos con gatos y perros. Toda la animalidad doméstica retornaba á la existencia salvaje, huyendo del hombre civilizado. Sonaban tiros y carcajadas brutales. Los soldados, en las afueras del pueblo, insistían regocijados en esta cacería de fugitivos. Sus fusiles apuntaban á las bestias y herían á las personas.

Ferragut tuvo la seguridad de que los fugitivos se reían de él al verle correr por la cubierta, que empezaba á combarse echando fuego por sus resquebrajaduras. Se vió, sin saber cómo, en el bote más pequeño, rodeado de varios negros y diversos objetos amontonados con la precipitación de la fuga: un barril de galleta medio vacío, otro de agua que sólo contenía unos pocos litros.

Tiene razón la niña pensó Catalina; y rápidamente añadió: Digo que estoy arrepentida; pero es un hombre tan valiente, que no se le puede tener rencor por lo que ha hecho. Le perdono de todo corazón; en su lugar, hubiera hecho lo mismo. A doscientos o trescientos pasos de allí, los fugitivos penetraron en el desfiladero de las Rocas.

La abigarrada asamblea contaba unos cien individuos; uno o dos de éstos eran verdaderos fugitivos de la justicia, otros eran criminales y todos del «qué se me da a ». Exteriormente no dejaban traslucir el menor indicio sobre su vida y antecedentes.

Baste decir que al día siguiente andaban fugitivos y aterrados por todo el territorio de la República los hombres, que horas antes se creían eternamente superiores. Era tal el terror infundido por los «rayos negros», que todo el que tenía armas se apresuraba á dejarlas abandonadas en medio de los campos. Los padres y los maridos miraron con nuevos ojos á las mujeres dentro de sus casas.

Tan amenos eran aquellos lugares que, embelesados Morsamor y los suyos, olvidaban casi el peligro que corrían. Continuaban, no obstante, su peregrinación, aunque a la aventura y sin saber a punto fijo en dónde podrían refugiarse para escapar o para defenderse de sus perseguidores. La selva parecía interminable y desierta. Los fugitivos no hallaron en ella criatura humana.

Cinco minutos llevarían de descanso bajo la encina centenaria, cuando, en el momento que la nube se separaba lentamente de la Luna y que la pálida luz de ésta penetraba hasta el fondo del desfiladero, a unos doscientos pasos de distancia de los fugitivos, se destacó en el sendero y entre los pinares una figura negra a caballo.

Y por una reacción generosa e inconsciente, se piensa en aquellos que viven en la eterna sombra, sin más poesía en el alma que la que allí se condensa en el sueño íntimo, sin esos momentos que serenan, sin esos cuadros que ensanchan la inteligencia, y al pasar fugitivos en su grandeza, ante el espíritu tendido y ávido, le comunican algo de su esencia.

Los fugitivos del naufragio estaban ya muy lejos, ó los había tragado el mar durante la noche. A mediodía descansó para comer. En el bote había abundantes provisiones, así como numerosos y diversos objetos en disparatado amontonamiento. Era una suerte que sus compañeros no hubiesen pensado en llevarse tantas cosas preciosas. Algunas horas después, Edwin presintió la proximidad de la tierra.