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María pudo entregarse de lleno a la vida de perfección, a la cual aspiraba con vehemencia. Las horas del día le parecían pocas para orar, lo mismo en la iglesia que en su casa, y para llorar sus pecados. Frecuentaba los sacramentos cada vez más, y asistía y tomaba parte con su presencia y dinero en todas las solemnidades religiosas que se celebraban en la villa.

Frecuentaba la tienda de Calleja y el club de la Cruz de Malta; pero últimamente se aseguraba que pertenecía á la tenebrosa sociedad de los Comuneros, aunque él lo negaba. Lo cierto es que en la Fontana sospechaban de él, no sabemos si con fundamento.

Conocía ella bien el mundo que frecuentaba, que forma sus juicios y regula sus actos por los del poderoso que mira en lo alto, y creyó con razón que le bastaría presentarse una vez en público al lado de la reina y a raíz del suceso, para que todos acallasen sus escrúpulos y se apresurasen a conservarla en el puesto de honor que había ocupado siempre en la corte.

Se retiraba temprano a casa, frecuentaba las iglesias y paseaba muchas tardes con algún clérigo; se hizo socio de varias cofradías piadosas, entre ellas de la de San Vicente de Paul, visitando a los pobres en compañía de los beatos de la villa y gastando no poco dinero en donativos para el culto.

Se hallaba por la tarde, como de costumbre, en el molino sentado al par de Rosa en grata y amorosa plática, cuando repentinamente se apareció por allí Tomás. Como nunca se le había ocurrido ir a aquella hora desde que Andrés frecuentaba el sitio, Rosa se inmutó muchísimo y el mismo joven se sintió también no poco turbado, aunque procuró disimularlo, acogiendo con sonrisa amistosa al molinero.

Julio Desnoyers, al encontrar esta danza de su adolescencia, soberana y triunfadora en pleno París, se entregó á ella con la confianza que inspira una amante vieja. ¡Quién le hubiese anunciado, cuando era estudiante y frecuentaba los bailes más abyectos de Buenos Aires, vigilados por la policía, que estaba haciendo el aprendizaje de la gloria!...

Después le retrajo más de ir a casa de las dos Juanas el saber que tanto las frecuentaba don Paco. Tal vez supuso el bueno del maestro que Antoñuelo y don Paco bastaban en aquella casa, y que si él iba estaría de non y sería un estorbo.

Iba con ella un hombre de blusa blanca, un albañil, al que recordaba Isidro como vecino del caserón y camarada de su padre. Era un hombre pacífico, que frecuentaba poco la taberna. Según afirmaban las comadres de la vecindad, había sido abandonado por su mujer, una buena pieza que andaba suelta por el mundo después de amargarle la existencia.

Era el único que podía tutearle, como un privilegio de la época en que el general frecuentaba la tienda del gachupín como simple peón, llevándose al fiado de comer y de beber. Además, este personaje opulento y respetable era el que se encargaba de figurar como único contratista en todos los servicios de las tropas.

Alguna vez, entre otras, hacía sus correrías hasta el interior del pueblo, porque al raquero también le gusta el contacto de la civilización, por si algo se le pega; pero como ésta suele andar muy precavida, y, por otra parte, sus raqueables materias no son del mayor aprecio en la oficina del comprador de hierro viejo, Cafetera frecuentaba poco este trato, y casi siempre tenía que huir de él á uña de ... raquero, acosado por las estantiguas del municipio.