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Actualizado: 2 de noviembre de 2025
Pero ¡ay! de repente me sentía yo acometido de profunda tristeza, de mortal melancolía, de aquella melancolía mortal, mi dulce compañera en las tardes de otoño, cuando sentado en la florida vertiente del Escobillar me abismaba en la contemplación del hermoso valle nativo iluminado por los últimos fuegos del crepúsculo.
En las avenidas, el boj secular, recortado en forma de anchas murallas y profundos arcos de triunfo, era semejante á las ruinas de una metrópoli ennegrecida por el incendio. Como estos jardines llevaban muchos años sin cultivo, iban tomando un aspecto de selva florida.
Pero en esta noche del 25 de Mayo, no era sólo su falta en el cortejo lo que le preocupaba: había tenido un encuentro aquel día, ¡y qué encuentro! en la calle Florida, en el sitio más frecuentado, cuando iba él más distraído; ¡cataplúm! la gente esa, la familia de Esteven, frente a frente, a pie, en la misma acera; la mamá y las dos niñas, tan esponjadas y orgullosas, que rebosaban de la acera.
»Y ¿a dónde íbamos los dos por la florida senda en que acabábamos de encontramos como dos pastores de un idilio algo realista? Ni él me lo había dicho, ni yo se lo había preguntado, ni, en honor de la verdad y de la buena casta de mi ardoroso sentimiento, por no decir amor, se me ocurrió semejante pregunta.
Un ascendiente suyo había sido descubridor de los modernos Estados Unidos al desembarcar con el viejo Ponce de León en la Florida, buscando la legendaria «Fuente de la Juventud». El primer Saldaña noble había obtenido el don al fundar un pueblo en las cercanías de Panamá.
El duque de Campoverde, a quien llamo así para ocultar su verdadero título, protegía y albergaba en su casa a un sobrino suyo, tan ilustre como pobre, llamado D. Jacinto de la Mota, gallardo mancebo en la florida edad de veinticuatro años, elegantísimo, discreto y agradable por todo extremo. Y lo más singular y raro que en él había era su espiritual e inmaculada limpieza.
Creo fuera de duda y por cima de discusión que en todo idioma y en toda literatura hay un momento de florida abundancia y de madurez sazonada, después del cual apenas caben ni se conciben progreso y mejora, sino transformaciones y cambios.
Ella había tomado la iniciativa en una carta insinuante; después mediaron preguntas y respuestas en las planas de anuncios de los periódicos ilustrados, y por fin aquella cita, a la que acudía Luis con la ansiedad que despierta lo desconocido. El carruaje se detuvo ante San Antonio de la Florida. Bajó Luis, haciendo seña a su cochero de que esperase.
Azzahra y Azzahírah ocupan con la galana y soberbia Córdoba, cúpula del Islam, tienda de sus guerreros, trono de los sultanes, una extension de diez millas de tierra florida, en que brotan sin cultivo el azahar y la rosa, y esas diez millas de paraiso terrenal estan de noche iluminadas por una sola hilera de fanales, tan unidos entre sí, que forman una zona de deslumbradora luz.
Los que le han conocido, en la puerta del registro de la calle Florida, arrellanado en ancho sillón de rejilla, con su chaleco floreado y sus zapatos de paño, echando piropos a las muchachas y llevando la batuta en aquel concierto de viejos babosos y apolillados, no se imaginarían que setentón tan decidor y risueño era una fiera en su casa.
Palabra del Dia
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