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Los papeles estaban ornados de retratos de Hombres-Montañas completamente desconocidos por el profesor Flimnap. Todos ellos ostentaban la palabra «Banco» y una cifra seguida de la palabra dollar.

Si esto ocurre alguna vez, me llevarán á morir en un islote inmediato á la gran barrera, como murió mi abuelo. Pero la intervención de Flimnap sirvió, como ya dije, para que yo encontrase un refugio aquí, donde me considero casi seguro. Tal vez se preguntará usted, gentleman, por qué razón vuelvo á la capital y me empeño en vivir en ella, estando aquí el terrible Consejo que me persigue.

Las facciones de usted resultan tan enormes para nuestra vista, que la tal semejanza parecía diluirse en el espacio, y mis ojos no llegaban á abarcarla. Pero el doctor Flimnap tuvo la atención de prestarme una mañana la lente que usa, y pude apreciar el rostro de usted como si fuese el de un hombre de mi especie.

Gillespie, cansado de permanecer derecho, con la cachiporra en una mano, junto á la puerta de la Galería, había vuelto á ocupar su asiento ante la mesa, pero sin perder de vista la abertura de entrada. Al ver á Flimnap echó mano instintivamente al tronco enorme que le servía de bastón. ¡Soy yo, gentleman! gritó el profesor con voz temblona.

Flimnap, que era el único que sabía lo que el orador pensaba decir, se estremeció considerando lo difícil que resultaba su trabajo. ¿Llegaría á exponer con habilidad, y sin que el público protestase, todo lo contrario de lo que había afirmado dos días antes?... Su confianza renació al ver la calma con que empezaba á hablar Gurdilo.

Las señoritas que ya estaban en edad de afeitarse fingían rubor ante sus miradas audaces; pero las que no se veían objeto de la belicosa admiración se mostraban nerviosas, envidiando á sus compañeras. Pasó por entre estos guerreros, con toda la austeridad de su carácter universitario y sus opiniones antimilitaristas, el profesor Flimnap.

El profesor Flimnap gritaba á toda voz: ¿Qué opina usted de lo que digo, gentleman? Había formulado tres veces la misma pregunta, sin obtener respuesta, y los doctores jóvenes, más revoltosos, empezaban á reir del silencio del gigante y de la confusión del conferencista.

El profesor Flimnap se proponía entrar ahora en las habitaciones particulares de uno de los altos señores del Consejo Ejecutivo, que momentáneamente era el presidente del supremo organismo. Cada uno de los cinco individuos del Consejo lo presidía durante un mes, cediendo su sillón al compañero á quien tocaba el turno.

Son demasiadas preguntas, gentleman, para que las conteste aquí dijo con una voz extremadamente débil, persistiendo en su miedo de ser oído . Bástele saber que mi protector es Flimnap, y que él me colocó entre sus servidores después de haberle prometido yo que nadie vería mi rostro.

En otros estrados, ya casi llenos, estaban los padres y los esposos de todas las damas que ocupaban las galerías. Flimnap conocía á muchos por los retratos aparecidos en los periódicos. Eran personajes parlamentarios, famosos á causa de sus discursos. Algunos habían pertenecido al Consejo Ejecutivo y deseaban volver á él, apelando á toda clase de intrigas para conseguirlo.