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Pero yo hablaré a mi ilustre jefe Gurdilo, y es casi seguro que dentro de unos días ocupará usted su antigua vivienda. Mientras tanto, cuidaré directamente de su alimentación. Ahora manda su amigo Flimnap, y no morirá usted de hambre.

Flimnap abandonó la tribuna con el ánimo desorientado, no sabiendo ciertamente si debía entristecerse ó alegrarse por lo que acababa de oir. La intervención de Gurdilo le había hecho sospechar en el primer momento que tenía por objeto pedir la muerta de Gillespie.

Pero cuando pensaban ya en qué castigo deberían imponer á Flimnap y sus compañeros, los párrafos obscuros y descorazonantes del profesor hicieron resurgir su optimismo y su bondad. Una de las varias muchachas de la Guardia que curioseaban en torno del revólver se había quitado el casco para asomarse á la negra boca del cañón del arma.

Luego pensó que su enamorado capitán acabaría por volverle á la Galería de la Industria, apreciada ahora por él como un palacio maravilloso. Pasó la noche en un sueño profundo, á pesar de que llegaban hasta la playa los rumores de la ciudad en continuo movimiento. Mañana pensó á primera hora, cuando me traigan el almuerzo, se presentará Flimnap con nuevas noticias.

Pero ¿por qué se muestran ustedes tan adversarios del gobierno femenil?... Según dice el profesor Flimnap, ya no hay guerras ni puede haberlas; las mujeres administran la fortuna pública con economía; no se nota la miseria ni la mortalidad de otros tiempos; tampoco hay gobernantes ladrones. ¿Qué más pueden desear los hombres?...

Pero el doctor Popito, además de proporcionar al Padre de los Maestros abundantes molestias en el presente, le recuerda un pasado de sucesos muy tristes. Viendo que Flimnap callaba, el gigante indicó con un gesto su deseo de saber algo más; pero el universitario se negó á seguir hablando si no se colocaba antes en una oreja aquel aparato que permitía oir las voces más tenues.

Era del tamaño de una rueda de carreta, y había sido labrado en el Palacio de Ciencias Físicas de la Universidad Central. Flimnap se excusó de traer con retraso esta lente, que había prometido para el día anterior. No es mía la culpa, gentleman. El profesor de Física tuvo esta mañana un hijo, y esto le ha hecho retrasar unas cuantas horas la entrega del cristal.

Luego, Flimnap recomendó á todos los ocupantes del estrado gubernamental que mirasen al monstruo con los lentes de disminución que había traído un compañero suyo de la Universidad, profesor de Física, pues así podrían apreciarle tal como era.

Detrás de este escuadrón estudioso apareció la litera en forma de lechuza, dentro de la cual iba el ilustre Momaren. El profesor Flimnap marchaba junto á la portezuela de la derecha, conversando con su ilustre jefe, honor público gozado por primera vez, que le hacía caminar titubeante, con el rostro empalidecido por la emoción. Cerraban la marcha graves matronas universitarias, con togas negras.

Ahora debe usted salir, para que le vea la multitud dijo Flimnap . Es necesario; lo exigen así los representantes del gobierno. No dijo rotundamente Gillespie. Se convenció el profesor de que sería inútil su insistencia.