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Actualizado: 18 de julio de 2025


La tal fortuna consistía en fincas urbanas, y no de las manos muertas; en algunos capitales bien colocados, y en la hacienda de Santa Clara que don Carlos compró muy barata, casi en ruinas, y que él restauró y engrandeció allá por el 64, al advenimiento del régimen imperial.

Aún conservaba aparentemente Son Febrer y otros bienes de sus antepasados, pero la propiedad producía poco en la isla; las rentas, por una costumbre tradicional, eran iguales que en tiempo de sus abuelos, pues las familias de arrendatarios se perpetuaban en el disfrute de las fincas. Estos pagaban directamente a sus acreedores, pero aun así, no llegaban a satisfacer la mitad de los intereses.

Al cabo tomaron aversión a la droguería y a la casa, y resolvieron abandonar ésta y hacer con aquélla lo que antes había hecho el viejo droguero: traspasarla a un buen dependiente, que no faltaba tampoco entonces. El resto del pingüe capital estaba bien colocado en fincas y valores sanos.

A la una de la madrugada salió sigilosamente de San Luis la columna Mendieta, compuesta de ciento ochenta hombres de caballería y el escuadrón del capitán Castillo, desmontado, siendo esto necesario por no disponerse de infantería, por estar casi todas las fuerzas de esta arma, prestando servicios de guarnición en las fincas pertenecientes á ciudadanos extranjeros.

Todo quiere empezar; y él, puesto ya en el camino de la suerte, aseguraba a su dependiente que antes de un año tendría millones, señor, millones no nominales ni de mentirijillas como los que compraba y vendía en la Bolsa, sino reales y efectivos, prontos a convertirse en fincas o en acciones. ¿Dónde estaban ahora esos ignorantes capaces de asegurar que en la Bolsa se encuentra la ruina?

Toda la tarde estuvieron platicando acerca de la ida al convento y también sobre cosas relacionadas con la parte material de su existencia futura. «En la partición dijo con cierto énfasis Maximiliano , me tocan fincas rústicas. Mi tía se enfadó porque deseaba para el dinero contante; pero yo no soy de su opinión; prefiero los inmuebles».

Y en los oídos del joven agolpáronse en tropel las vergonzosas confidencias, hechas en voz baja, temblorosa, no por el remordimiento, sino por la humillación que suponía confesar la situación de la casa, aun a su propio hijo. Las fincas todas hipotecadas, y si las vendía, no llegaría su importe a la mitad de las deudas.

El pobre más pobre puede siempre cosechar un repollo y ponerlo a hervir en su olla al amparo de cuatro tejas familiares. Difícilmente podrá encontrarse país alguno donde la propiedad esté tan distribuida como en Galicia. Hay fincas como una alcoba y otras como un pasillo.

Con su buen instinto de hombre práctico, puso orden en aquel maremágnum: vendió fincas, canceló hipotecas, pagó a los usureros con harto pesar de éstos, que querían ver correr los intereses hasta devorar al cliente, y al fin, un día pudo decir a su hermana: Mira, chica, ya tienes libre y sano lo que te queda, pero te advierto que no eres rica.

Era, por añadidura, la época en que la clase media entraba de lleno en el ejercicio de sus funciones, apandando todos los empleos creados por el nuevo sistema político y administrativo, comprando a plazos todas las fincas que habían sido de la Iglesia, constituyéndose en propietaria del suelo y en usufructuaria del presupuesto, absorbiendo en fin los despojos del absolutismo y del clero, y fundando el imperio de la levita.

Palabra del Dia

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