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Actualizado: 29 de junio de 2025


Ambos vacíos tienen sus acerbos detractores, y unos u otros se han de ensangrentar en el triste Fígaro. ¡Oh qué placer el de ser redactor! ¡Bueno! Traduciré noticias; al trabajo; corto mi pluma, desenvuelvo el inmenso papel extranjero; aquí van tres columnas. ¿Tres columnas he dicho? Al día siguiente las busco en la Revista, pero inútilmente. ¡Señor director! ¿qué se hicieron mis columnas?

Probablemente, señor Fígaro, después de haber sido gran abogado, hubiera vestido una toga, hubiera calentado acaso una silla ministerial, y el Consejo de Castilla me hubiera recogido al fin de mis días en su seno, donde hubiera muerto descansadamente, dejando fama imperecedera. Las circunstancias, sin embargo, me lo impidieron.

Entonces los recuerdos de Sevilla y de Fígaro se habían despertado con nuevo ardor en su mente.

Por esa razón deberían darle a usted papilla todavía como cuando nació. En fin, señor Fígaro, es un extranjero. ¿Y por qué no lo hacen los naturales del país? Con esas socaliñas vienen a sacarnos la sangre. Señor mío exclamé sin llevar más adelante mi paciencia, está usted en un error harto general.

Libre des Cent-et-un. ¿Por qué no pone usted un periódico suyo? ¿Cuándo sale Fígaro? ¡Es idea peregrina! Ya he visto en los demás periódicos la publicación del permiso para el periódico nuevo. ¿Saldrá por fin en febrero, en marzo? ¿Cuándo? ¿Nos hará usted reír, por supuesto?

Doña Juana, la de los dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor una fineza, que es indispensable aceptar y tragar; el niño se divierte en despedir á los ojos de los concurrentes los huesos disparados de las cerezas; D. Leandro me hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos; mi gordo fuma ya sin cesar y me hace cañón de su chimenea; por fin ¡oh última de las desgracias! crece el alboroto y la conversación; roncas ya las voces piden versos y décimas, y no hay más poeta que Fígaro.

Pues... siguió Amalia, viéndose religiosamente escuchada allí estaban Jiménez y el marquesito de Cañahejas, y Monsieur Anatole... y todos leían y comentaban un suelto del Fígaro, en que se refería la sensación causada en una de las estaciones termales más elegantes de Francia y de Europa, por el loco amor de un magnate español a una dama sueca....

»Mi padre era inglés y rico, señor Fígaro, pero hallábase aislado en el mundo; era naturalmente metido en , y sólo un amigo tenía: antojósele a este amigo entrometerse en una conspiración; confió a mi padre varios papeles importantes; descubriose la conspiración, y ambos tuvieron que huir.

Llegaba a las nueve de la noche indefectiblemente, tomaba Le Figaro, después The Times, que colocaba encima, se ponía las gafas de oro y arrullado por cierto silbido tenue de los mecheros del gas, se quedaba dulcemente dormido sobre el primer periódico del mundo. Era un derecho que nadie le disputaba. Poco después de morir este señor, de apoplejía, sobre The Times, se averiguó que no sabía inglés.

Folletos, comedias, novelas, traducciones... ¡y todo con sólo saber francés! ¡Oh francés, francés! ¡Ah! ¿Y periódicos? ¿No es verdad, señor Fígaro, que también ha dicho usted periódicos?

Palabra del Dia

vorsado

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