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Actualizado: 29 de junio de 2025
Mi indulgencia, no obstante, no llega hasta el extremo de aprobar lo que he visto en Alemania, donde el lacayo, gracioso y agudo, que aconseja el desdén para vencer el desdén de doña Diana, sale vestido como Fígaro en El Barbero de Sevilla, como un majo de Goya.
Abría con precipitación todos los días el Fígaro y apostaba en su interior por uno o por otro. El día menos pensado se suscitaba un lance, había que acudir al terreno, y él no sabía siquiera ponerse en guardia. Verdad que en todo Sarrió no había quien supiese más. Pero nadie tenía tanta obligación de conocer la esgrima como él.
La prensa periódica de Paris, que desde el advenimiento de Luis Napoleon está regida por leyes restrictivas que hacen muy difícil su existencia, apénas merece mencionarse, contándose únicamente periódicos literarios de algun valor y vida propia, uno de cuyos órganos principales es el Fígaro, redactado por escritores de verdadero ingenio.
De actores. Aquí seremos malos de buena fe: seremos actores hablando de actores. De música. Buscaremos un literato que sepa música, o un músico que sepa escribir: entre tanto, Fígaro se compondrá como se han compuesto hasta el día los demás periódicos. Felizmente pillaremos al público acostumbrado; y él y nosotros estamos iguales. Modas.
Queriendo hacer lo más corto posible esta parte del periódico, sólo anunciará las funciones buenas, los libros regulares, las reformas, los adelantos, los descubrimientos. Ni se pondrán las pérdidas, ni menos todo lo que se vende entre nosotros. Esto sería no acabar nunca. He aquí el periódico de Fígaro. Ya está concebida la idea. Sin embargo, no es eso todo.
Pero, santo Dios, gritará un rígido moralista, ¡qué cuadro! ¡Maquiavélicos principios! Fígaro no dice que sean buenos, señor moralista, pero tampoco Fígaro hizo el mundo como es, ni lo ha de enmendar, ni a variar el corazón humano alcanzarán todas las sentencias posibles.
Cuarto: las más funestas aspiraciones a imitar al león de los barberos, Fígaro, que, por desgracia, vio ejecutar en el teatro de Sevilla.
¡Señor Fígaro! un artículo de teatros. ¿De teatros? Voy allá. Yo escribo para el público, y el público digo para mí, merece la verdad: el teatro, pues, no es teatro: la comedia es ridícula: el actor A es malo, y la actriz H es peor. ¡Santo cielo! Nunca hubiera pensado en abrir mi boca para hablar de teatros.
Señor Fígaro me dijo don Cándido abrazándome, aquí le presento a usted a mi hijo Tomás, el que sabe latín; usted no ignora que yo lo crío para literato; ya que yo no puedo serlo, que lo sea él y saque de la obscuridad a su familia. ¡Ay, señor Fígaro, como yo lo vea famoso, muero contento! Hízome a esta sazón Tomasito una cortesía tan zurda como sus disposiciones literarias.
Ya hice mi artículo, pero ¡oh cielos! El editor me llama. Señor Fígaro, usted trata de comprometerme con las ideas que propala en ese artículo... ¿Yo propalo ideas, señor editor? Crea usted que es sin saberlo. ¿Conque tanta malicia tiene?... Si usted no tiene pulso... Perdone usted; yo no creí que mi sistema político era tan... yo lo hice jugando...
Palabra del Dia
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