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Actualizado: 17 de octubre de 2025
Y lo peor es que durará toda esta luna. Ya sabes, Isidrillo, que yo entiendo de tales cosas. Nada de librotes, ni compases, ni mapas, como los sabios. He pasado mi vida en el campo, viendo el cielo de noche y de día. Para mí no tiene secretos. Créame usted, señor añadió dirigiéndose al del fielato ; el sol es el cuerpo noble, y de él viene todo lo bueno.
La banda de palomas levantó el vuelo en espiral, con alegre rumor de plumas y arrullos. Dos jóvenes pasaron junto al fielato cogidas del brazo, con el embozo del mantón ante la boca. Tenían la belleza de la obrera, la frescura de esa breve juventud de las hembras de trabajo, que triunfa sólo momentáneamente de la anemia hereditaria, de las privaciones que dificultan el desarrollo.
En el abrevadero cercano al fielato, varias carretas cargadas de troncos aguardaban la llegada del día para entrar en la población. Los boyeros, envueltos en sus mantas, dormían bajo aquéllas, y los bueyes, desuncidos, con el vientre en el suelo y las patas encogidas, rumiaban ante los serones de pasto seco. Comenzó a despertar la vida en los Cuatro Caminos.
Había cenado en la taberna, asilo de los días felices, los platos más suculentos, dándose, además, el gusto de pagar el matinal chocolate a los compañeros de redacción, asombrados de tanta riqueza. El buen amigo del fielato, que todas las madrugadas le ofrecía un cigarro y una parte de su café, atrajo igualmente su generosidad.
A espaldas del fielato, en el abrevadero, una banda de palomas picoteaba la tierra. Eran de la inmediata calle de los Artistas; volaban hasta allí para buscar en el suelo los residuos del pasto de los bueyes. Junto al ventorro alzábanse las tapias blancas del Sanatorio de Perros, el asilo de los canes de los ricos, cuidados en sus enfermedades por un veterinario.
Quería obsequiarle, hacerle partícipe de su opulencia, y casi a la fuerza le llevó al ventorrillo, detrás del fielato. Tomaría una taza de té, una copa, lo que fuese de su gusto: hora era que admitiese algo de él. Los dos quedaron junto a la puerta de la tabernilla, esperando que les sirviesen, sin querer penetrar en su ambiente pesado y nauseabundo.
Se extendió de nuevo sobre la tierra un velo gris, y la espiral de palomas cesó de aletear, desplomándose de golpe en el fango. El jefe del fielato habló de las dos muchachas. Las veía pasar todas las mañanas a la misma hora; trabajaban en una fábrica de gorras de la calle de Bravo Murillo.
Este fielato lo he visto en lo que es hoy glorieta de Bilbao. Donde yo tuve mi primera barraca hay ahora un gran café.
La punta de una de sus barras hizo saltar del vagón varias costras de barniz y una ligera astilla. Los empleados prorrumpieron en imprecaciones y echaron pie a tierra, insultando a Zaratustra. Corrió la gente, aproximáronse los del fielato, y se formó un gran círculo de curiosos en torno del carro y de los que agitaban sus brazos increpando al trapero.
Desde el fielato se les veía alejarse, las manos en los bolsillos y la espalda encorvada, con ademán humilde, resignados a sufrir el resto de una vida sin esperanza y sin sorpresa, conociendo de antemano la fatiga monótona y gris que se extendería hasta el momento de su muerte.
Palabra del Dia
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