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Ni puedo ni quiero adelantarme a interpretar su voluntad, que acaso se modifique dadas las circunstancias. »El desdichado ignora la gravedad de su situación; supone que se curará por completo; cree que verá pronto, y a quien más desea ver es a su Felisa.

Otros tiempos, otras ideas, otro medio social en torno suyo, y Felisa hubiera sido de aquellas visionarias que se atenaceaban los pechos y se abrasaban el rostro para no caer en brazos del ángel malo.

De una de estas uniones nació Felisa que pudo ser el consuelo de su madre; pero el marido la dio a criar en tierra extraña, y al cabo de unos cuantos meses dijo que había muerto. Por último, aquel malvado reprodujo con caracteres más repugnantes la tradición o leyenda de la mujer de Candaules, y una noche, cenando con tres amigos, subastó entre ellos a su esposa.

Decíase que había sido corista de zarzuela, pasando de allí a peor vida, hasta que una mano caritativa la sacó del cieno para ponerla en aquel seguro lugar. Inseparable de esta era Felisa, de alguna más edad, también de tipo fino y como de señorita, sin serlo.

Cuando Manuel tuvo casi ultimados los asuntos que motivaron su viaje, escribió a Felisa fijando el día de la boda. «Dentro de quince días estaré en París decía, y desde allí telegrafiaré

No es posible negar, sin embargo, que Julita profesaba algunas ideas equivocadas acerca del régimen gramatical y del valor de las palabras. Por ejemplo, ¿qué razón podía tener para llamar a la carne chicha y a la niñera Tita, nombrándose Felisa? Comprendemos perfectamente que para pedir queso dijese quis quis: aquí, por lo menos, existe la raíz del verdadero vocablo.

De pronto sonó ruido de cascabeles y trallazos, y ambas mujeres vieron venir por la carretera un coche de colleras tirado por cuatro mulas y envuelto en una nube de polvo. Pocos minutos después el coche se detenía, y el amante esperado se apeaba solo, ligero y ágil, saltando como un muchacho. Felisa, sin acertar a creer lo que veía, gritó a su compañero: ¡Es él! ¡Solo! ¡Sin vendas ni trapos!

Llevola a las Micaelas doña Guillermina Pacheco, que la cazó, puede decirse, en las calles de Madrid, echándole una pareja de Orden Público, y sin más razón que su voluntad, se apoderó de ella. Guillermina las gastaba así, y lo que hizo con Felisa habíalo hecho con otras muchas, sin dar explicaciones a nadie de aquel atentado contra los derechos individuales.

Echando cuentas galanas, su proyecto era casarse, pasar unos días en París, y hacer luego el viaje con Felisa durante la luna de miel: a lo cual ella se negó en redondo, proponiéndole a su vez que fuese solo a América, que mientras terminaría todos los preparativos, y que a su vuelta él designaría la fecha definitiva del casamiento.

Bien miradas las cosas, aunque ahora lo sienta, cuando sepa cómo estoy, bendecirá este arranque mío. No debemos volver a vernos. Quiero que, de conservar memoria mía, guarde el recuerdo de la otra Felisa, la de antes. »He tratado de repetir sus mismas frases: lo que no puedes imaginar es el acento de amarga y firme resolución con que las dijo.