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Actualizado: 24 de junio de 2025


No era el de todas las noches: también él olía a chufas, y varias veces sus ojos, apartándose de la masa, se encontraron con la mirada bizca y socarrona del tirano. De él podía decir cuanto quisiera: estaba acostumbrado; ¿pero hablar de su novia?... ¡Cristo!... El trabajo resultaba aquella noche más lento y fatigoso.

Juanón calló, y sus compañeros permanecieron como aterrados por aquel espectro de la imaginación meridional, que parecía cubrir con sus trapajos negros todo el campo de Jerez. La gañanía, después de la cena, había recobrado la calma de la noche. Muchos hombres dormían tendidos en sus esterillas con un ronquido fatigoso, aspirando a ras de tierra las emanaciones asfixiantes del rescoldo de boñiga.

Añádase á esto un cuerpo delgado y pequeño, caracterizado con el aspecto fatigoso de un cansancio habitual, y este cuerpo embutido dentro de un traje de terciopelo negro; añádase un cordón de seda del que cuelga sobre el pecho el toisón de oro; un pequeño puñal de corte, pendiente de un cinturón tachonado de pequeños clavos de plata, y al otro lado un largo rosario negro sujeto al mismo cinturón, y se tendrá una idea de Felipe III, tal cual se presentó á la duquesa de Gandía.

El duque de Lerma, que después de una larga vida de cortesano, que le había hecho práctico en la intriga, llegó á ser árbitro de los destinos de España como ministro universal al advenimiento al trono de Felipe III, se había visto obligado, desde el principio de su privanza, á rodear al rey de hechuras suyas, á intervenir hasta en las interioridades domésticas de la familia real, y, lo que era más fatigoso y difícil, á contrabalancear la influencia de Margarita de Austria que, menos nula que el rey, quería ser reina.

Obligadas a sufrir las mismas durezas que el rebaño masculino, únicamente recordaban que eran mujeres cuando a altas horas de la noche, a oscuras ya la gañanía, apelotonadas en un rincón, veían turbado su fatigoso sueño de hembras de carga, por las audacias de los mozos, que las buscaban a tientas, mientras los gañanes viejos, curados de las ilusiones de la vida, roncaban desaforadamente como si quisieran dormir más aprisa para recuperar las fuerzas perdidas.

El primer libro sobre el que me decido a hablar, después de tan largo y quizás fatigoso preámbulo, se debe al ingenio del joven don Mauricio López Roberts, y contiene tres novelas cortas, cuyos títulos son: Las de García Triz, La cantora y La familia de Hita.

Sus ojos estaban encarnados, parecían arrojar el fuego de una calentura horrible, y su pecho de gigante se alzaba y se deprimía á impulsos de una respiración poderosa, que se exhalaba por su boca entreabierta y seca, produciendo un silbido ronco y débil, á veces un ruido semejante al de un hervor fatigoso; de tiempo en tiempo, á lo largo de los cortos miembros del tío Manolillo, corría una convulsión rápida, fuerte, instantánea.

La retribución llegaba a él con tal merma, después de pasar por las manos de los intermediarios, que el pobre Maltrana, tras ocho horas de fatigoso plumear, pensaba con envidia en los siete reales que su hermano Pepín, más conocido por el Barrabás, ganaba como aprendiz de albañil. Y muchas gracias cuando no le faltaban las traducciones.

En efecto, parecía que la nariz de la Nela se había hecho más picuda, sus ojos más chicos, su boca más insignificante, su tez más pecosa, sus cabellos más ralos, su frente más angosta. Con los ojos cerrados, el aliento fatigoso, entreabiertos los cárdenos labios, la infeliz parecía hallarse en la postrera agonía, síntoma inevitable de la muerte.

Pero este amaneramiento de descomponer las cualidades de los personajes, y hacer un fatigoso alarde de sus cualidades y pensamientos, es incompatible por completo con la esencia y objeto de la poesía dramática.

Palabra del Dia

rigoleto

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