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Estás paliito y ojeroso como un chavaliyo de quince años. Me da lástima de ti y no quiero que te ahoguen las fatigas. Si deseas que Soleá te quiera como antes y se case contigo pásate mañana por mi casa y te daré el remedio... ¡Pero cuidao que digas al lechonaso de Antonio!... Ve á la hora en que está en la oficina... Ya sabes, después de las diez.

Entre tanta desolación, ante el espectáculo de tantos dolores, había en aquellos cadáveres no qué de envidiable: ellos solos descansaban a bordo del Trinidad, y todo les era ajeno, fatigas y penas, la vergüenza de la derrota y los padecimientos físicos.

¡Qué de fatigas comenzaron para ! La contestación, si la había, me la traería Paca a la misma hora del oscurecer. Al día siguiente no salí en toda la tarde de casa. Ni a la cervecería quise ir con Villa después de almorzar.

Parecía tener como treinta y seis años; pero quizás sus enfermedades, sus fatigas y sus penas eran causa de que en su semblante, franco y notable por su belleza varonil, se advirtiese un no qué de triste, que no alcanzaban a disipar ni la dulzura de su sonrisa, ni la tranquilidad de su acento, hecho para conmover y para convencer.

No se perdió del todo tan largo viaje, ni las fatigas y trabajos que padecieron estos fervorosos operarios, disponiéndolos Dios para que las almas de dos niños consiguiesen la feliz suerte de su predestinación.

Tiene treinta y cuatro leguas de extensión; pero ¡cuántas fatigas cuesta su travesía! Es una sucesión continua de bajíos, que cambian constantemente de posición a causa de las corrientes.

En poco tiempo perdió todo lo que en muchos años, y á costa de grandes fatigas había adquirido, con que quedó reducido á mucha pobreza, mas no sin ganancia, porque con este golpe volvió en , y viéndose ya anciano, sin tener en la tierra riquezas ni méritos para el cielo, se dolió mucho de lo mal que había empleado su corazón en ganar y adquirir bienes caducos, sin quedarle de tanto tiempo perdido más que un perpetuo remordimiento del mal logro de sus años.

No quería salir a la calle, pensando en las fatigas de la corrida y en la precisión de mantenerse descansado y ágil; no podía entretenerse en la mesa, por la necesidad de comer pronto y poco para llegar a la plaza sin las pesadeces de la digestión.

Pero no por eso debo pasar en silencio las fatigas y trabajos que en esta empresa padecieron y sufrieron nuestros Misioneros, por no privarlos de aquella gloria, que aun acá en la tierra se debe á quien todo se ocupa en promover la gloria Divina.

Después de comer con excelente apetito y de dormir una buena siesta, para reposar de las fatigas del viaje, fray Antonio recibió en su celda al padre guardián, fray Domingo, y habló a solas con él sobre el importante asunto que le había impulsado a ir a aquella santa casa. por fama le dijo el extraño caso de mi señora doña Eulalia, hija única del ilustre caballero D. César del Robledal.