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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Pero pronto enseñó la experiencia que la afición del pueblo á tales espectáculos, una vez despertada, no se extinguía fácilmente, y el clero, que ya antes se esforzara en representar los maravillosos sucesos de la Redención, comenzó á influir con ese objeto en el ánimo de los fieles.
A mediados del siglo XVIII, cuando España se metía en su caparazón, renunciando a lejanas guerras y nuevas colonizaciones, y se extinguía por falta de ambiente la fría crueldad religiosa, era cuando florecía el torero. El heroísmo popular necesitaba nuevos caminos para subir hasta la notoriedad y la fortuna.
Al dar el primer paso en el camino de Trembles tuve como un recrudecimiento de recuerdos que hizo más acerbo aquel dolor, pero menos tirante. Hacía mucho frío. La tierra estaba dura, la noche casi había cerrado, de modo que la línea de las costas y el mar formaban un solo horizonte compacto y casi negro. Un postrer residuo de luz rojiza se extinguía poco a poco y palidecía de minuto en minuto.
Y dicho y hecho, empujó la puerta de la casa. En apretada haz penetramos todos en una larga sala iluminada únicamente por el rescoldo de un fuego que se extinguía en un rincón de la chimenea. La luz vacilante que aquel rescoldo despedía daba relieve al grotesco dibujo de las paredes extrañamente pintadas. Distinguíase una persona sentada en gran sillón de brazos junto al hogar.
¡Callar más tiempo me oprimía el pecho! y dejando el amor su encierro estrecho, entró en el alma de la amada mía. ¡Mas vió en el templo su candor inerte y en su ara triste, al soplo de la muerte, un resplandor que en sombras se extinguía! Enero, 1920. Consagrado al periodismo, es ahora redactor de "El Debate". Antes lo fué de "La Vanguardia".
El castillo caía en poder de los guerreros de la Iglesia, y la esposa de Manfredo era conducida á una prisión, donde se extinguía su vida al poco tiempo. La obscuridad tragaba los últimos restos de la familia maldecida por Roma. La muerte rondaba en torno de la basilisa. Todos perecían: su hermano Manfredo, su hermanastro el poético y lamentable Encio, héroe de tantas canciones.
Si se citaba delante de ella algún rasgo de valor ó de virtud, lo volvía al momento para buscarle la faz del egoísmo; si se tenía la desgracia de quemar en su presencia el más pequeño grano de incienso sobre el altar del arte, al instante lo extinguía de un revés.
Sólo cuando algún nubarrón más espeso y más negro pasaba por delante de ella descargando su fardo de agua, la luz se extinguía casi por completo. Las olas se estrellaban contra los peñascos que sirven de baluarte al Campo de los Desmayos. El viento silbaba entre las grietas de la torre de la iglesia. La música lúgubre de los elementos embravecidos calmó un poco la fiebre del hidalgo.
Tenía quizá también a su anciana madre para llorarle, para llorar al que había mecido en sus brazos cuando niño. ¡Era quizás un porvenir brillante que se malograba, un nombre ilustre que se extinguía en él! ¡Qué pesar debía producir su muerte! ¡Cuánto debían llorarle! ¡Dichoso, tres veces dichoso joven! ¡qué no debía a la culebrina de Kernok! con una bala había hecho un héroe llorado en los tres reinos. ¡Qué hermosa invención la de la pólvora!
Reprendióle agriamente por su excesiva crueldad, y este le representaba que si no extinguia á todos los que no fuesen puramente indios, era consecuente quedarian dominados por cualquier clase que animase parte de sangre española.
Palabra del Dia
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