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Actualizado: 19 de junio de 2025


Si en los primeros días de la revolución sucedía esto, ¿cuál no debiera ser el acrecentamiento de luces, riqueza y población que hoy día debería notarse, si un espantoso retroceso a la barbarie no hubiese impelido a aquel pobre pueblo continuar su desenvolvimiento? ¿Cuál es la ciudad chilena, por insignificante que sea, que no pueda enumerar los progresos que ha hecho en diez años, en ilustración, aumento de riqueza y ornato, sin excluir aún de este número las que han sido destruídas por los terremotos?

Todas las participaciones están sujetas al principio de contradiccion; en ninguna de ellas se puede verificar que el ser deje de excluir al no ser y recíprocamente; de aquí dimana la necesidad de todas las propiedades y relaciones, sin las cuales no subsiste el principio de contradiccion: entre ellas se cuenta la igualdad de todos los diámetros del mismo círculo.

Si hemos de prestar, pues, al rey Don Felipe el testimonio de nuestra admiración porque se anexionó a Portugal, digámoslo así, valiéndonos del verbo que hoy está en moda, ¿qué pasmo, qué asombro, no debe inspirarnos, el rey Víctor Manuel con su Cavour y con su Garibaldi, cuando, después de tomar el Milanesado por mano de franceses y por mano de alemanes el Véneto, príncipe poco antes derrotado y multado por Austria, se atreve a derribar y derriba varios tronos, sin excluir el temporal del Papa, se apodera de Nápoles y de Sicilia y funda la unidad de Italia, aspiración secular jamás cumplida desde los tiempos del rey bárbaro Teodorico?

En las obras de este insigne fundador de la literatura de costumbres en España, en las de Larra, Miñano, Gallardo, Quintana, etc., y aun en las comedias, sainetes o articulillos de escritores oscuros, así como en diferentes periódicos no políticos, sin excluir los de modas, he allegado elementos indirectos para sortear las dificultades de empresa tan ruda.

Y lo que se afirma aquí de los individuos, con más razón puede afirmarse de grupos o colectividades organizadas. ¿Qué ciudad moderna, sin excluir a Florencia y a París, crea una cultura filosófica, literaria y artística, tan original y con tan pocos precedentes y elementos exóticos, como la de Atenas en tiempo de Perícles? ¿Ni qué nación, por último, por dominadora y fuerte que sea en el día, podrá soñar con gloria y poder que equivalgan a los de Roma, que no siendo más que una ciudad se enseñoreó de lo mejor del mundo, le dio leyes e idioma y fundó un Imperio que duró no pocos siglos?

A todos pareció peligrosa la detencion, y que debia el infante partir luego, porque el ejército no se enfriase en el gusto que tenia de su venida, y Rocafort no tuviese tiempo de concluir ni mover nuevas pláticas en deservicio del rey, y excluir del gobierno su persona.

Si en la misma Italia, maestra de ellas, cuando en Italia dominamos, levantamos templos, castillos y palacios, erigimos monumentos y fundamos obras piadosas, hospicios y colegios, como de ello dan testimonio Napóles, Palermo, Mesina, Bolonia y otras ciudades, sin excluir á la misma Roma, ¿qué no haríamos y qué no hicimos en América, donde en resumidas cuentas no había nada, ó si había algo, respondía á un estado incompletísimo é inicial de cultura, como podría ser el del centro del Asia, tres ó cuatro siglos antes de que saliese Abraham de su patria, Ur de los caldeos?

Como el movimiento del observador puede considerarse nulo respecto de la inmensa distancia á que se encuentran los astros, sin excluir los más cercanos á la Tierra, sucedería, en aquel supuesto, que las mismas estrellas permanecerían visibles siempre y las mismas ocultas siempre por debajo del plano del horizonte. Pero si la Tierra es esférica, no puede ocurrir esto.

Por dicha, los mencionados señores expusieron su proyecto al Rey Don Juan II, apellidado con razón el Príncipe Perfecto, el cual, aunque vehementísimo en su cólera y de ímpetus tan vitandos que mataba a puñaladas a quien juzgaba que le ofendía, sin excluir al hermano de su mujer, reflexivamente era tan recto, tan temeroso de Dios y tan buen Católico, que rechazó el plan, indignado.

Felipe II era la propia bondad, la dulzura y la mansedumbre personificadas, sinceramente religioso y amante de su patria y modelo de reyes paternales, si le comparamos con Juan II de Portugal, apellidado el príncipe perfecto, con Luis XI de Francia, con Catalina de Médicis y sus hijos Carlos IX y Enrique III, con Enrique VIII e Isabel de Inglaterra y con no pocos otros que pudieran citarse, sin excluir acaso a su padre el César.

Palabra del Dia

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