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Actualizado: 17 de junio de 2025


Y si es dueño de tanto poder, ¿cómo no se hace él mesmo señor de algún imperio? agregó Ramiro, con la voz estremecida.

Pasó un brazo por su talle, la atrajo hacia él y la besó donde pudo, donde alcanzaron sus labios, entre el lóbulo sonrosado de una oreja y el cuello moreno, que erizó su piel, estremecida al contacto de los labios. La joven se desasió con rudo empujón. ¡Isidro! exclamó avergonzada . ¡Isidro!... Y bajó la cabeza tristemente, como dolorida por la audacia del amante.

Oídola había Cervantes grave y triste, y estremecida y tomada por una melancólica pena Margarita. Desahogó con sus lágrimas el dolor de aquellos sus tristísimos recuerdos doña Guiomar, y enjugándose los ojos, continuó con voz desfallecida.

Y lo decía con convicción, mirando al suelo con ojos extraviados, como si se viera ya sobre el pavimento, inerte, ensangrentado, con el revólver en la crispada diestra. ¡Oh, no! ¡qué horror! ¡Rafael! ¡Rafael mío! gemía Leonora abrazándose a su cuello, colgándose de él, estremecida por la sangrienta visión. El amante seguía protestando. Era libre.

Por igual en las pampas argentinas Que en nuestras sementeras filipinas, La espiga de oro que en el sol se baña Y la flor que perfuma estremecida, Flor que es el alma, espiga que es la vida, Son vida y alma tuyas, madre España...

Quería casarle: y si ella partía, si se veía solo, abandonado, la tristeza y el tiempo que todo lo pueden, morderían su voluntad, hasta hacerle caer inerte, entregándose como una víctima que en su aturdimiento no abarca la importancia del sacrificio. Ella le escuchaba estremecida; con los ojos desmesuradamente abiertos por el terror.

Esta vegetación parecía en la obscuridad un bosque indiano, una bóveda de bambúes cimbreándose sobre el camino negro. La masa de cañas, estremecida por el vientecillo de la noche, lanzaba un quejido lúgubre; parecía olerse la traición en este lugar, tan fresco y agradable durante las horas de sol.

En esas horas de inefable calma, cuando las nubes, al morir, colora el rojo sol, y estremecida el alma inquiere, meditando, soñadora, ese tenaz misterio de la vida que engendra de la duda roedora la imagen maldecida... ¡cuántas veces, del mar en la presencia, y escuchando su música salvaje, creía, entre el rumor del oleaje, los gritos percibir de la conciencia!

No había la menor señal de lucha ni de pánico, todo en perfecto orden; y faltaban todos. ¿Qué pasó? La noche que aprendí esto estábamos reunidos en el puente. Ibamos a Europa, y el capitán nos contaba su historia marina, perfectamente cierta, por otro lado. La concurrencia femenina, ganada por la sugestión del campo de batalla presente, oía estremecida.

¡Siempre! contestó estremecida. ¡Como hoy, como mañana, hasta después de muerta! A la incierta luz de la aurora, que bañaba en celestes claridades el rostro de Angelina, vi que lloraba, que dos lágrimas rodaban por sus mejillas. ¡Niña! gritó mi tía desde los umbrales del templo. ¿Qué haces? ¡Ya empezó la misa! La joven corrió hacia la iglesia.

Palabra del Dia

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