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Subí por una cuerda y llegué al cadáver. Al estar junto a él me estremecí; una cosa saltó sobre mis hombros. Era la mona Mari-Zancos, acurrucada en los hombros del ahorcado.

Me estremecí y en seguida sentí que una gran laxitud me invadía. Me pareció que iba a caerme delante de la cama y a llorar, a llorar hasta rendir el alma. En ese momento se oyeron en la habitación contigua los gritos del pequeñuelo que se había despertado y reclamaba a su nodriza. Respiré largamente y reflexioné acerca de misma y de los deberes que me incumbían. ¿Oyes, Marta? grité.

El lector sin duda se sonreirá cuando le diga, aunque es la pura verdad, que me pareció experimentar una sensación, que si no enteramente física, casi era la de un calor abrasante; como si la letra no fuera un pedazo de paño rojo, sino un hierro candente. Me estremecí, é involuntariamente la dejé caer al suelo.

Creo conocerle. La otra noche estaba yo jugando al bridge con unos amigos, en el círculo, cuando, en la mesa inmediata, uno de los jugadores derribó la pantalla de su bujía al encender un cigarro y la prendió fuego. El que jugaba con él dijo entonces vivamente: ¡Cuidado! y yo me estremecí al oir esa palabra, pues reconocí la entonación y el acento del que la pronunció en el cuarto de Jenny Hawkins. Me volví prontamente y miré al que acababa de hablar.

Seguramente se había quitado las botas. No hay que tocar pensé de pronto, Marta oiría. Así el botón. Me estremecí. ¿Cómo abrí la puerta? No lo . Me pareció que otro lo había hecho por . alzarse delante de su alta y vigorosa silueta. Un leve grito se escapó de sus labios; de un salto estuvo a mi lado.

Repentinamente sentí una como ráfaga de melancolía y dirigí la mirada hacia el retrato. Me estremecí al verlo, y noté que mi amigo sufrió idéntica impresión. Nos miramos ambos, y él, poniéndose de pie, dijo en voz muy baja: ¡Está llorando! Yo asentí con la cabeza, y mi compañero con paso quedo, salió de la estancia y cerró la puerta tras , cuidadosamente.

Pero enmedio del pasillo me estremecí como si saliese de una pesadilla, vi repentinamente el disparate que iba a hacer, y dejé caer el vaso al suelo. No era un disparate, era un crimen horrible el que ibas a cometer dijo sordamente el conde, que sudaba de congoja.