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Actualizado: 8 de julio de 2025


Preguntóme cúya era la espada que llevaba al lado; respondíle que mía y, mirándola, dijo: "Esos gavilanes habían de ser más largos para reparar los tajos que se forman sobre el centro de las estocadas." Y empezó a meter una parola tan grande, que me forzó a preguntarte qué materia profesaba. Díjome que él era diestro verdadero, y que lo haría bueno en cualquiera parte.

Jacinta le daba bromas por su forzada esclavitud, y él, hallando distracción en aquellas guasitas, hizo como que le pegaba, la cogió por un brazo, le atenazó la barba con los dedos, le sacudió la cabeza, después le dio bofetadas, terribles bofetadas, y luego muchísimos porrazos en diferentes partes del cuerpo, y grandes pinchazos o estocadas con el dedo índice muy tieso.

Lo que después suceda está por ver, pero desde luego os digo que haríais conmigo una triste adquisición para vuestra Guardia Blanca, pues ni por temperamento ni por educación sirvo yo para ese continuo batallar en que vos vivís. ¡Culpa es de mi parlera lengua! gritó el arquero. No le doy suelta sin que se ponga á hablar de flechazos y estocadas, como si nada más hubiera en el mundo.

Esgrimían contra el enemigo invisible sus lanzas y sus mazas llamadas «macanas», arrojaban sus boleadoras, correas terminadas por dos esferas de piedra que volteaban en el aire para envolver al adversario, acompañaban con aullidos sus botes, tajos y estocadas, y las mujeres y los pequeñuelos, marchando á pie, se unían á esta ofensiva general dando palos y puñetazos al aire.

Dáse el grito de alarma, é invaden tumultuosamente los salones del alcázar. Los esclavos del califa son los primeros en caer bajo la punta de los puñales. Se adelantan luego los agresores hasta el mismo Abd-el-rhaman; pelean con él unos instantes, le derriban al pavimento, le cosen á estocadas hasta oirle exhalar su último suspiro.

¡Ah! dijo Francisco Montiño, recordando el pasaje de la carta de su difunto hermano, en que se refería al conocimiento de Juan con Quevedo . ¡Ah, ! ¡Es verdad! ¿Y qué es verdad? dijo Juan. ¿Qué ha de ser verdad, sino que hace dos años anduvo huído por unas estocadas don Francisco? Pues amigo mío dijo el bufón , don Francisco os espera. ¿Que me espera? ¿Y dónde?

Todos gritaban, reclamando para el diestro los honores de la maestría. Debían darle la oreja. Nunca tan justa esta distinción. Estocadas como aquella se veían pocas. Y el entusiasmo aún fue mayor cuando un mozo de la plaza le entregó un triángulo obscuro, peludo y sangriento: la punta de una de las orejas de la fiera.

Al llegar el momento de la consagración en la misa, avanzó con paso solemne hasta el medio del templo, que se hallaba libre de gente, desenvainó la espada y comenzó a esgrimirla sucesivamente contra los cuatro puntos cardinales, dando furiosas estocadas y mandobles al aire. Las mujeres se asustaron, los chiquillos corrieron, la mayor parte de los hombres pensó que era un acceso de locura.

Palabra del Dia

buque

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