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Quedó satisfecho, con la conciencia de su cuerpo fuerte, oculto bajo el manteo epiceno y la sotana flotante y escultural. Iba a salir. Teresina apareció en el umbral, seria, con la mirada en el suelo, con la expresión de los santos de cromo. ¿Qué hay? Una joven pregunta si se puede ver al señorito. ¿A ? don Fermín encogió los hombros . ¿Quién es? Petra, la doncella de la señora Regenta.

Don Ignacio, de veras, ¿no cree usted en nada? ¿En nada? Levantose Ignacio de un brinco, y, quedándose en pie sobre la parte más elevada del ribazo, dominando el paisaje todo, pronunció lentamente: Creo en el mal. De lejos, era escultural el grupo.

Rafael la veía a corta distancia, blanca, escultural, envuelta en el jaique en que se cubría al pasar de la cama al baño; lo primero que había encontrado a mano al bajar al huerto. Y bajo la fina lana, delatábanse las tibias redondeces con un perfume de carne sana, fuerte y limpia que, atravesando la tela, se confundía con la virginal respiración del azahar.

Despegadas las alas; suelta y flotante la leve vestidura, que la caricia de la luz en el bronce damasquinaba de oro; erguida la amplia frente; entreabiertos los labios por una serena sonrisa, todo en la actitud de Ariel acusaba admirablemente el gracioso arranque del vuelo; y con inspiración dichosa, el arte que había dado firmeza escultural a su imagen, había acertado a conservar en ella, al mismo tiempo, la apariencia seráfica y la levedad ideal.

Cree uno soñar, cuando uno mira por esos anchos huecos ovalados y sin marco, que ocupan el lugar de ventanas, aquellos grupos de mujeres de salvaje mirada y traje escultural, que en la sombra hilan su copo conversando en voz baja y en lengua desconocida.

Cierto que tenía el cuerpo escultural, vivificado por venas azuladas que parecían serpear entre tibia carnosidad de rosas; mas su belleza estaba deslucida porque, teniendo el pelo tan negro como las bayas de la yedra, había dado en la estúpida manía de teñírselo de rubio lino.

Pilar era alta, rubia y de ojos negros; no era hermosa, como una heroína de novela antigua, pero muy agraciada y simpática; no tenía los dedos hechos a torno, porque la aguja y el trabajo los habían deformado, ni el busto escultural, porque no me atrevería a decir si la corrección de sus líneas era debida al corsé o era natural patrimonio de su dueña; mas, la verdad sea dicha: Pilar pasaba por buena moza y aun llegaba a parecer bonita, y lo hubiera parecido mucho más sin aquella palidez de su cara, que no se sabía si atribuirla a la fatiga o a la anemia.