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Actualizado: 15 de junio de 2025


El Magistral le alargó la mano que Mesía estrechó mientras decía: Señor Magistral, tengo mucho gusto.... Se trataban poco y con mucho cumplido. Ana los vio juntos, los dos altos, un poco más Mesía, los dos esbeltos y elegantes, cada cual según su género; más fornido el Magistral, más noble de formas don Álvaro, más inteligente por gestos y mirada el clérigo, más correcto de facciones el elegante.

Examino á mis dos servios mientras hablan. Son mocetones carnosos, esbeltos, duros, con la nariz extremadamente aguileña, un verdadero pico de ave de combate. Llevan erguidos bigotes. Por debajo de la gorra, que tiene la forma de una casita con doble tejado de vertiente interior, se escapa una media melena de peluquero heroico.

La juventud dorada tornó a estrechar los talles esbeltos de las hijas del pueblo. Pero nuestro Pablito, fiel a la suya, permanecía inactivo mirando cruzar por delante de él las parejas veloces. Terminada la mazurka le asaltó la idea de que Valentina ya no vendría.

Cuando ella volvía a hablarle de aburrimiento, del dolor del hastío, de la estupidez del agua cayendo sin cesar, él repetía: «A la iglesia, hija mía, a la iglesia; no a rezar; a estarse allí, a soñar allí, a pensar allí oyendo la música del órgano y de nuestra excelente capilla, oliendo el incienso del altar mayor, sintiendo el calor de los cirios, viendo cuanto allí brilla y se mueve, contemplando las altas bóvedas, los pilares esbeltos, las pinturas suaves y misteriosamente poéticas de los cristales de colores...». Poca gracia le hacía a don Fermín esta retórica a lo Chateaubriand; siempre había creído que recomendar la religión por su hermosura exterior, era ofender la santidad del dogma, pero sabía hacer de tripas corazón y amoldarse a las circunstancias.

El gabinete se iba iluminando lentamente; los primorosos muebles y objetos que lo adornaban salían de la obscuridad graciosos, esbeltos y risueños como las bailarinas de las óperas cuando a un golpe de la orquesta se despojan del manto que las transformaba en espectros. Pero la luz no sonreía; cada vez se mostraba más triste y severa.

El murmurio del río que rompe entre guijas al pié de uno de sus muros; los esbeltos penachos de las flexibles cañas que los coronan, y los hermosos plumajes de las oropéndolas y solitarios que se posan en su parduzca y viscosa argamasa, constituyen una amarga verdad que enseña á los que vuelven cuán cerca está la vida de la muerte.

Era verdaderamente hermosa aquella planicie que se perdía de vista hacia el Sur, circundada de altos montes de graciosas líneas y de calientes tonos, y adornada de cuantos accesorios pintorescos puede imaginar un artista aficionado a aquel género de cuadros: praderas verdes, manchas terrosas, esbeltos montículos, cauces retorcidos con orillas de arbolado, pueblecillos diseminados en todas direcciones, y uno más grande que todos ellos, con una alta torre en el medio, como en muestra de su señorío indisputable sobre la planicie entera.

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