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Actualizado: 2 de junio de 2025
Sin equivocarse, comprendió lo que con exquisita delicadeza Juan había esperado de ella, respetuoso y en silencio. Al pensar en la plenitud de aquel amor que no debía aceptar y que, sin embargo, había involuntariamente suscitado, una sensación de espanto la dominó.
Cristela paró la rueca, suspiró, y repuso, con más tristeza que amargura: ¿Para qué te sirve entonces tu sabiduría, Bob? ¡Linda cosa es ser sabio! Bob se sonrió, tirose de la larga barba blanca, como acostumbraba, y dijo: Ser sabio... es tener el derecho de equivocarse.
Puso la otra en la diestra del teniente, y le indicó cómo debía mantenerse, el brazo doblado, el arma en alto, todo el cuerpo bien de perfil. Todavía insistió en sus indicaciones. ¡Cuidado con equivocarse! Ya lo sabía: uno... dos... tres. Quedó en mitad de la distancia que separaba á los adversarios, apartándose unos cuantos posos nada más de la línea de tiro.
Su nariz sorbía con tristeza el ambiente. «¡Nada!...» Eran barcos insípidos, barcos del Norte, que hacían su comida con manteca: tal vez barcos protestantes. Otras veces avanzaba por la borda con lentitud, siguiendo un rastro embriagador, hasta que se colocaba enfrente de la cocina del buque vecino, aspirando su rico perfume. «¡Hola, hermanos!...» Imposible equivocarse.
Nos es sensible hacer dudar de la lealtad de este escritor: pero son tan claras y evidentes las indicaciones que hace en varios párrafos de su obra, que no es posible equivocarse sobre sus intenciones. Tal vez la persecucion del gobierno español contra los Jesuitas influyó en esta conducta, que aun así no queda justificada.
Quien se haya ocupado en la enseñanza habrá podido observar la diferencia que acabo de señalar. Vista una circunferencia y la manera de trazarla con el compas, el alumno mas torpe la reconoce donde quiera que se le presente, y la describe sin equivocarse.
Estos mercaderes sólo interrumpían sus críticas para oír con religioso silencio la música de Wágner golpeada en el piano por las niñas de la familia. Un amigo con voz de tenor cantaba Lohengrin en catalán. El entusiasmo hacía rugir á los más exaltados: «¡El himno... el himno!» No era posible equivocarse. Para ellos sólo existía un himno.
A veces lo sospechaba; pero su buena fe triunfaba al instante de esta sospecha. Lo que sí podía sostener sin miedo a equivocarse era que Fortunata tenía vivos deseos de mejorar su personalidad, es decir, de adecentarse y pulirse. Su ignorancia era, como puede suponerse, completa. Leía muy mal y a trompicones, y no sabía escribir.
Sale uno al encerado a exponer un teorema, y a lo mejor se equivoca, porque es muy fácil equivocarse... ¿V. cree que se lo advierte? ¡Nada! El muy perro se queda serio como un poste, y V. no sabe que se ha equivocado hasta el fin, después de una hora...
Algunos, que eran de crecida estatura y traídos del interior de Africa, y que iban ataviados de sus capellares, marlotas y turbantes, podrían equivocarse por sus carillas revejidas, sus ojuelos hundidos y otros accidentes, con algunos de los viejos dignatarios de la corte.
Palabra del Dia
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