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Actualizado: 7 de junio de 2025
Satan sin duda con un beso ardiente Selló tu rostro en la hora de tu parto. Y al contemplarte mísero gusano En medio de una gloria colosal Dijiste tú: «Ya no pondré mi mano, «Adonde alcance con su pié triunfal:» Y envidiando el laurel de la derrota, Y de los libres la postrera gloria, Fuiste á vender cual miserable ilota, Los hijos de la patria y la memoria.
A veces Rosalía estaba desvelada e inquieta hasta muy tarde, envidiando el dulcísimo descanso de aquel bendito, que reposaba sobre su conciencia blanda como un ángel sobre las nubes de la Gloria. La ingeniosa dama no hallaba blanduras semejantes, sino algo duro y con picos que la tenía en desasosiego toda la noche.
¡No tiene tal! gritó el Provisor, perdiendo un estribo por lo menos . No tiene tal; y esto ha sido... una imprudencia. Visita volvió la cara y sacó la lengua. «¡Cómo le trata!» pensó, envidiando a un hombre que osaba llamar imprudente al Obispo.
Y el poeta, envidiando su alegría, seguía en su puesto, iluminado por la última crepitación de la hoguera, desfallecido de hambre y de dolor, llorando de veras ahora que comenzaba a verse en la obscuridad, esperando algo vago e indeterminado, sin fuerzas para hacer nada y estremeciéndose al oír aquella voz tenue como un hilillo de seda, que se quebraba al llegar a lo más alto de la romanza, ahogándola con sus aplausos los complacientes convidados de la mamá.
Pero seguía llenándose el vaso entre bocado y bocado, paladeando el néctar frío y envidiando a los ricos que podían permitirse diariamente este placer de dioses. María de la Luz bebía tanto como su padre. Apenas vaciaba su copa, se apresuraba el señorito a llenarla. No eches más, Luis suplicaba. Mira que me voy a emborrachá. Esta bebía es traidora.
Palabra del Dia
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