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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Pensó por un momento traerla á Bilbao, pero había desistido de ello, no por miedo á la familia, sino por temor á la villa hipócrita y triste, que toleraba el amancebamiento con criadas y costureras, que cerraba los ojos ó sonreía bondadosa ante el capricho del rico con mujerzuelas que no abandonasen su condición de pobres, pero se escandalizaba y enfurecía ante la cocotte, la hembra que pusiera en sus sonrisas algo de distinción, y rodeara de una sombra de amor las necesidades de la carne.
En vano pretendió su mujer recobrar el perdido ascendiente: Quintín estaba desconocido: tan pronto se enfurecía por un quítame allá esas pajas, como respondía a las lágrimas con desdeñoso encogimiento de hombros, acabando por quedarse impasible, a modo de ídolo chino de los que se contemplan el ombligo, con lo cual ella llegaba al paroxismo de la cólera.
610 Aquel duelo en el desierto nunca jamás se me olvida; iba jugando la vida con tan terrible enemigo, teniendo allí de testigo a una mujer afligida. 611 Cuanto él más se enfurecía yo más me empiezo a calmar; mientras no logra matar el indio no se desfoga; al fin le corté una soga y lo empecé a aventajar.
Se enfurecía, y discurriéndolo bien, no hallaba a nadie contra quien descargar su furor con algún fundamento. Juanita le había despedido; no era ni su mujer, ni su querida, ni su novia. Bien podía hacer de su capa un sayo sin ofenderle.
Bien se adivinaba en la arruga vertical hinchada entre sus cejas el propósito firme de hacer polvo al autor de su ruina. Barret se enfurecía cada vez más con el mozo. Llegó á llamarle ladrón porque se negaba á devolverle su arma. No tenía amigos; todos eran unos ingratos, iguales al avaro don Salvador. No quería dormir allí: se ahogaba.
Primero se rió mucho, después todo su empeño era abrazar a D. José y llamarle su amigo. Relimpio, por el contrario, más se enfurecía a cada instante. Los otros le incitaban, y sabe Dios cómo habría concluido el lance si el catalán, que brindaba a cada momento, no diera de improviso con la mole de su cuerpo en tierra.
Su manía principal era la de recoger los pedacitos de pan que hallaba y amontonarlos en un rincón de su cuarto hasta que allí se pudrían. Cuando el montón era ya demasiado grande, los criados venían a recogerlos en cestos y lo tiraban al carro de la basura. Al entrar en su habitación y echarlo de menos se enfurecía. Necesitaba su guardián hacer uso de algún medio violento para volverle el sosiego.
Intentaba vencer la resistencia de Ojeda con los recuerdos de aquella capital, en la que había transcurrido lo mejor de su vida. Ella no conocía París. Su padre se había negado siempre a llevar su familia a esta ciudad. Se enfurecía el señor Kasper, como un profeta bíblico, al hablar de la moderna Babilonia, urbe corrompida, inventora de malas costumbres... ¡Ay, Berlín!
Las mujeres le miraban asombradas; los hombres retrocedían, formando ancho corro en torno de él, que prorrumpió en juramentos, agitando sus manos como si fuera a cerrar a golpes con toda la chusma. Le enfurecía el silencio de aquella gente, como si estuviera ante una tripulación insubordinada. ¿Desde cuándo el capitán Llovet no encuentra en su pueblo hombres que le sigan al mar?
A veces era tanto su temor, que dejaba caer la palmatoria y volvía corriendo arrojando gritos. Amalia se enfurecía entonces, la pellizcaba, la golpeaba, pretendiendo que fuese otra vez al sitio designado. La criatura se dejaba martirizar y se hubiera dejado matar antes de hacerlo. En una de estas ocasiones le dijo sonriendo ferozmente: ¡Ah! ¿Conque la señorita es tan medrosa?
Palabra del Dia
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