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Actualizado: 15 de abril de 2025
D. Gregorio algunos graciosos y queridísimos nietos, que fueran el hechizo y el consuelo de su cansada senectud. No acierto a encarecer cuánto se deleitó Rafaela al concebir este proyecto y el arte delicado y el impaciente afán con que trató de realizarle.
Pidiéronme perdón, y ofreciéronme toda caricia. Yo rabiaba ya por comer y cobrar mi hacienda, y huir de mi tío. Pusieron las mesas, y por una soguilla en un sombrero, como suben la limosna los de la cárcel, subieron la comida de un bodegón que estaba a las espaldas de la casa, en unos mendrugos de platos y retajillos de cántaros y tinajas. No podrá nadie encarecer mi sentimiento y afrenta.
Garuda parecía el genio familiar de la casa, el vivo resumen de los lares y penates de aquel hogar transportado desde el centro de Europa a la opuesta orilla del Atlántico. No quiero decir más para encarecer la felicidad de que Isidoro y Poldy gozaban, a fin de no excitar la envidia de los que me lean.
CIPIÓN. Lo que yo he oído alabar y encarecer es nuestra mucha memoria, el agradecimiento y gran fidelidad nuestra; tanto, que nos suelen pintar por símbolo de la amistad. BERGANZA. Bien sé que ha habido perros tan agradecidos, que se han arrojado con los cuerpos difuntos de sus amos en la misma sepultura.
-Sea por lo que fuere -dijo don Quijote-; que más fío de tu amor y de tu cortesía; y así, has de saber que esta noche me ha sucedido una de las más estrañas aventuras que yo sabré encarecer; y, por contártela en breve, sabrás que poco ha que a mí vino la hija del señor deste castillo, que es la más apuesta y fermosa doncella que en gran parte de la tierra se puede hallar. ¿Qué te podría decir del adorno de su persona? ¿Qué de su gallardo entendimiento? ¿Qué de otras cosas ocultas, que, por guardar la fe que debo a mi señora Dulcinea del Toboso, dejaré pasar intactas y en silencio?
Tristán ya pertenecía a su familia de derecho; iba a ser su hermano próximamente y no saldría de casa sino enteramente curado. No hay para qué encarecer el esmero afectuoso con que fue atendido y mimado en los pocos días que permaneció postrado. Todos querían hacerle compañía, todos querían agasajarle envolviéndole en una atmósfera tibia de vigilancia y amor.
Otras veces, para encarecer la sinceridad de su discurso, llevábase al pecho la diestra. Las sortijas de Florencia resplandecían. Sus manos eran harto hermosas y su extrema blancura denunciaba el uso nocturno del sebillo en los guantes descabezados.
Palabra del Dia
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