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Actualizado: 5 de octubre de 2025
Allí, cerca de una hacienda, frente por frente de una aldea salinera, entre cuyos montículos estériles yergue una pobre palma, mísera desterrada de fecundo suelo, su empolvado penacho, había un sitio que hasta en lo más crudo del invierno hacía gala de sus hierbajes verdes. Era mi sitio predilecto.
Has que quieras; estás en tu casa; eres como el jefe de la familia. Aquí estamos para servirte y obedecerte. Pero qué, ¿vas a salir con ese traje? agregó viendo el mío empolvado y sin aliño. No, vístete otro mejor. ¡Andrés trajo ya el baúl!... Vístete; sal a pasear, a que te vean....
El cocinero mayor rugía ya por lo bajo; encontró á dos mozos de la casa real y al soldado. Entonces, con una sonrisa nerviosa, abrió la puerta de aquel aposento empolvado, donde hacía tantos años no entraba nadie más que él. Meted eso aquí dijo con voz ronca. Los mozos pusieron el cofre envuelto como estaba en la parte de adentro de la puerta. Idos dijo Montiño á los mozos y al soldado.
El medallón principal ofrecía esmaltada, sobre un fondo de ese azul especial de la pasta tierna, la cara ancha, bonachona y tristota de Luis XVI; en torno, un círculo de medallones más chicos, presentaba las gentiles cabezas de las damas de la corte del rey guillotinado; unas empolvado el pelo, con grandes cestos de flores rematando el edificio colosal del peinado, otras con negras capuchas de encaje anudadas bajo la barbilla; todas impúdicamente descotadas, todas risueñas y compuestas, con fresquísima tez y labios de carmín.
¡Cuán infinito desahogo no era el suyo, lejos del empolvado camino, de las esparramadas cabañas, de las amarillas zanjas, del clamoreo de locomotoras impacientes, del abigarrado lujo de los aparadores, del color chillón de la pintura y de los vidrios de colores y del ligero barniz a que el barbarismo se adapta en tales localidades!
La Marquesa, de azul y oro, luciendo asomos de encantos que fueron, hoy mustios collados, con las canas teñidas de negro y el tinte empolvado de blanco, entraba en el comedor de la Regenta abriendo puertas con estrépito. ¿Cómo? ¿qué es esto? ¿no te has vestido? ¡Qué terca! exclamó Paquito, que acompañaba a su madre.
Mari Díaz estaba temblando ó haciendo que temblaba junto á él. Don Bernardino, empolvado por el tablado, que no estaba muy limpio, se había levantado trémulo de cólera, había desenvainado la espada, y se había ido hacia Juan Montiño. El alférez y sus acompañantes se interpusieron. Dejad que mate á ese hombre que me ha afrentado dijo don Bernardino.
Aun dentro de la esclavitud material, hay la posibilidad de salvar la libertad interior: la de la razón y el sentimiento. No tratéis, pues, de justificar, por la absorción del trabajo o el combate, la esclavitud de vuestro espíritu. Encuentro el símbolo de lo que debe ser nuestra alma en un cuento que evoco de un empolvado rincón de mi memoria.
No procuré cambiar de traje, y me puse el muy empolvado de la víspera, que me olía a lo que huelen los caminos de la Mesa Central, a sequedad y tierra estéril. Cuando entré en el comedor, ¡qué comedor! una pieza de seis varas cuadradas, mi tía Pepa, muy risueña y parlera, me esperaba sentada a la mesa. ¡Por Dios, Rorró! ¡Quieres que me dé un ataque!
Palabra del Dia
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