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Actualizado: 21 de julio de 2025


En aquella atmósfera de las colinas, al pie de la sierra, en aquel aire vivo, de olores balsámicos, encontró cordial a la vez purificante y vivificador, que le servía de alimento, o bien una química sutil que convertía la leche de burra en cal y fósforo y demás nutritivos elementos. Edmundo se inclinaba a creer que era lo último, y su solícita y esmerada atención.

En estos días, y mientras cuatro compañías francesas se disponen á salir de París para llevar á las principales ciudades de Europa y de América el gran grito lírico de «Chantecler», Edmundo Rostand ha vuelto modestamente á su retiro de Cambo. Rostand es un ordenado que, como Balzac, escribe de prisa y siempre de noche.

Red-Dog fue inundado ya por dos veces, y Campo Rodrigo no tardaría en correr la misma suerte. El agua llevó el oro a estas hondonadas dijo Edmundo, una vez ha estado aquí, otra vendrá. Y aquella noche el North-Fork rebasó repentinamente sus orillas y barrió el valle triangular de Campo Rodrigo.

El famoso actor Edmundo Got habla en sus Memorias del desdichado estreno de La mariposa, obra de Victoriano Sardou, á quien yo conocí septuagenario y con un rostro burlón y astuto, de vieja histrionisa, y que tenía en la época á que Got se refiere un semblante reflexivo y dulce, de institutriz. La mariposa, como se dice en la pintoresca jerga de bastidores, «se hundió».

Consecuencia saludable de estas novedades, fue fomentar en Campo Rodrigo costumbres más rígidas de aseo personal; además, Edmundo impuso una especie de cuarentena a aquellos que aspiraban al honor de tener en brazos a La Suerte.

Doce años hace que conocí á Edmundo Rostand; fué una tarde de invierno, en la redacción de Le Gaulois. Días antes se había estrenado «Cyrano», y aquel éxito, sin precedentes en la historia del teatro, parecía ceñir á la figura delicada del joven autor un halo de oro y de luz. Un apretado grupo de literatos y periodistas rodeaba al poeta.

De igual opinión debe de ser Edmundo Rostand: sus hijos Juan y Mauricio aseguran la conservación de su apellido, y «Cyrano», por solo, le garantiza la inmortalidad. ¿Por qué no tener también una casa?... Y con este pensamiento, el gran poeta levantó esa Villa Arnaga, que, si no es la más excelsa de sus obras, tampoco es la peor.

A medida que desfilaba la procesión, se dejaban oír los comentarios críticos, dirigidos más particularmente a Edmundo en su calidad de expositor y cirujano. ¿Y es eso? El ejemplar es verdaderamente minúsculo. ¡Qué encarnado está! ¡Si no es más largo que un revólver!

La numerosa concurrencia que solía pasar el rato en casa de Edmundo para ver cómo seguía La Suerte, apreciaban el cambio, y, en defensa propia, el establecimiento rival, la especería de Tut, se restauró con un espejo y una alfombra.

De aquel filántropo, que ofrendó á la caridad un inolvidable y largo poema de buenas acciones, heredó su hijo la delicadeza sentimental, la exaltada ternura femenina que aroman toda su obra y ponen en cada una de sus estrofas la fragancia de una lágrima y el bálsamo evangélico de una caricia. Nació Edmundo Rostand en Marsella en 1868.

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