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Un día el dramaturgo almorzó en casa de monsieur Chalonette. A los postres, el alguacil, bajando los ojos y ruborizándose como un colegial, declaróse autor de una comedia que él creía representable. Bissón vibró de júbilo; acababa de coger á su rival por el cuello; á partir de aquel momento le pertenecía; era su esclavo.

El teatro se ha apoderado de la novela, y la ha convertido en drama: tenemos noticias de dos. Uno, que se remonta á muchos años atrás, es producción de un dramaturgo americano, no muy conocido, Gabriel Harrison; el otro, más reciente, es obra del autor dramático inglés J. Hatton, y se ha representado en estos últimos tiempos en los teatros de Nueva York.

Ojeda, que empezaba a dormirse, dio algunas vueltas en su nebuloso pensamiento a la vulgarizada frase del dramaturgo escandinavo. Siempre que una contrariedad amorosa le impulsaba a separarse de una mujer, se decía lo mismo: «El hombre aislado es el más fuerte...». ¡Ay! Fácil era aislarse cuando el organismo parece crujir de fatiga y la hartura quita todo encanto a las tentaciones.

Todo novelista que se respeta, todo dramaturgo que posee el secreto de hacer patalear de entusiasmo al público, no conoce vacilaciones al graduar la simpatía atractiva de sus personajes. El hombre funesto, el «traidor» de la obra, ya se sabe que debe ser un rico, un manipulador de caudales; y si ostenta el título de banquero, mejor que mejor.

Bajo este aspecto, en cuanto á la maestría y el dominio de la escena, quizás no reconozca rival alguno, entre todos los poetas dramáticos de las diversas naciones, nuestro insigne dramaturgo castellano; y como ese conocimiento con otras prendas superiores, constituye, innegablemente, un elemento esencial del arte dramático, de aquí también que las comedias de Calderón, sólo por este motivo, por poseer esa cualidad en grado eminente, merecen también calificarse entre las que ocupan el primer rango en el mundo.

El dramaturgo, aquejado de su último y vergonzoso vacío interior, se precipita hacia la superficie, se manifiesta con amplitud enfática, como taumaturgo, y hace conjuros a la pasión y al frenesí. Busca en la pasión imaginada el correctivo de la apatía íntima. Además, como por dentro no puede llorar, por fuera no acierta a sonreír.

Para don Amaranto, el dramaturgo es el que penetra en el drama individual; y el filósofo, el que se aleja de él. Para Escobar, el que penetra en el drama es el filósofo, y el dramaturgo es el que permanece a distancia. ¡Desconcertante disparidad y contraposición de los humanos pareceres! La doctrina de don Amaranto es refutable, y no menos defendible; y otro tanto la de Escobar.

Toda la acción del drama es la agonía de la niña moribunda. Las visiones de su cerebro salen fuera de él, toman forma y cuerpo y se presentan al público en la escena, merced á la poderosa imaginación del dramaturgo y á la habilidad del tramoyista, de los pintores y de los sastres. El tirano padrastro aparece aún, en aquel sueño, para atormentar á Hannele.

Conocí á Sardou una tarde de invierno. Al entrar en su despacho el gran dramaturgo, que sabía el objeto de mi visita, salió á mi encuentro, alargándome sus dos manos con efusión seductora de cordialidad y agasajo; fué uno de esos gestos admirables que, suprimiendo de cuajo las frialdades ambagiosas de la etiqueta, equivalen á una intimidad de varios años.

Al echar una ojeada retrospectiva hacia la versificación de los dramas de este poeta, no podemos menos, después de confesar algunas de sus faltas innegables, de llamar la atención sobre la inmensa ventaja que la métrica de los españoles, en general, y muy particularmente en la perfección que alcanza en nuestro dramaturgo, sobrepuja á la dicción dramática, usada en el teatro por nuestros poetas.