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Actualizado: 5 de septiembre de 2025
Finge ser actor siempre; y siempre es espectador, espectador de sí mismo. Tal es la paradoja del dramaturgo. Todo el que se conduce en la vida con ademanes de énfasis patético es un simulador, un dramaturgo en potencia. Estos hombres son necesarios en el mundo, porque sin esa fracasada voluntad de pasión, naturalmente contagiosa, la humanidad se acabaría, de apatía y de sapiencia.
En la sociedad cristiana y culta de nuestros días, casi parece infuso, innato o intuitivo dicho conocimiento. Bien podemos decir con el gran dramaturgo: A ciencias de voluntad les hace al estudio agravio.
El novelista ó el dramaturgo no enseña más que el paseante ó el tertuliano. La buena educación y el decoro se les presuponen. Sólo hay una diferencia: que el que escribe suele en todos tiempos usar de mayor libertad de lenguaje que el que va de visita.
Pero no; no seamos pesimistas y coloquémonos en un término medio prudente: supongamos que la obra ha gustado bastante. ¿Y después? Nada ó casi nada. Los periódicos hablan sumariamente de la nueva comedia, el nombre del dramaturgo vive unas cuantas horas la vida febril, inapresable, de la actualidad, y el público que lee aquel nombre por primera vez, lo olvida en seguida.
Dieron en usarse grandes, Y en aquel instante mismo Se despegaron las bocas, Y, dejando lo jasifo De lo pequeño, pusieron Su perfección en lo limpio De lo grande, hasta enseñar Dientes, muelas y colmillos.» En estos versos del clásico dramaturgo castellano está encerrada la evolución de la moda del afeite en el trascurso de su vida.
Lo había averiguado del modo siguiente: Iba paseando por una de las avenidas solitarias del Retiro cuando acertó a ver delante de sí y por la espalda dos figuras que le parecieron conocidas. Se acercó un poco más y se cercioró de que una de ellas era la del gran dramaturgo y su enemigo mortal Estévanez. ¿Por qué era su enemigo mortal Estévanez?
¡Quiero conocerla en seguida! exclamó, y si me gusta, empezaremos á ensayarla mañana mismo. Rojo de contento, Mr. Chalonette sacó su manuscrito y comenzó á leer. Acabó la lectura de la última cuartilla entre los brazos engañadores de Bissón. ¡Eso es admirable! repetía el dramaturgo. ¡Una obra maestra!... Pero, ¿quién iba á creerlo? El alguacil balbuceaba: Y... diga usted... ¿se estrenará pronto?
Finalmente, Apolo se aplaca por las súplicas de Minerva, muda el humo en luz radiante, y devuelve á nuestro planeta el amor y la reconciliación. La vida es sueño. Todo lo esencial del plan de esta poesía, quizá la más famosa de nuestro dramaturgo, parece ser invención suya exclusiva.
Lo que el ilustrado médico dice, refiriéndose á las evoluciones por que pasa la cara de los niños, es perfectamente aplicable al semblante de los actores. Considérese que, como el mar acepta todas las presiones del viento, así la fisonomía del comediante queda obligada á traducir cuantas impresiones le imponga el dramaturgo.
Palabra del Dia
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