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Actualizado: 28 de octubre de 2025
Vio la pequeña casa pero no sabía de quién era. Pensaba que la casa era muy hermosa y quería entrar para verla. Así, llamó a la 30 puerta. Nadie respondió. Ella creía que todas las personas de la casa estaban dormidas. Llamó otra vez, pero nadie respondió. Ahora creía la niña que nadie estaba en la casa. Abrió la puerta y entró. Todo parecía tan cómodo que quería quedarse allí algunos minutos.
No puedo olvidar aquellos tristes días. Jueves y domingos salíamos de paseo, a lo largo del fangoso río, cuyas aguas parecían dormidas a la sombra de los sauces piramidales.
Las aves de corral, recién dormidas, se despiertan sobresaltadas. Todo el mundo está en pie: palomas, patos, pavos, pintadas. El corral anda revuelto: las gallinas hablan de pasar en vela la noche. Diríase que cada carnero ha traído entre la lana, juntamente con un silvestre aroma de los Alpes, un poco de ese aire vivo de las montañas que embriaga y hace bailar.
¡Luceros de radiar inextinguible! ¡soles que apenas los humanos ven; almas, felices almas! ¿es posible que llegue a ser estrella yo también...? ¿Sabéis lo que es el río al parecer inerme, cuyas dormidas aguas espejan lozanías? Es el titán pacífico en cuyo seno duerme un nunca sospechado tesoro de energías. ¿Sabéis dónde ha nacido la plácida corriente?
Predispuesto como estaba al enternecimiento, aquella escena me produjo una impresión viva. Despertaron en mi espíritu las dormidas emociones de la infancia, cuando mi madre me llevaba a confesar con fray Antolín el excusador. Sentime gratamente turbado y en la mejor disposición posible para llorar los pecados de mi vida y acercarme contrito al tribunal de la penitencia.
Y así, reclinadas, prestando la más joven y pura su pecho como apoyo a su pecadora hermana, quedaron dormidas. El viento, como si temiera despertarlas, cesó. Muchos copos de nieve, arrancados a las largas ramas de los pinos, volaron como pájaros de blancas alas y se posaron sobre aquel grupo sublime.
Solos y errantes, como si el mundo no existiera; como si toda la naturaleza fuese para ellos; pasando por cerca de las alquerías dormidas, dejando atrás la ciudad, sin que nadie se diera cuenta de aquel amor que, en su entusiasmo, se desbordaba, saliendo del misterioso escondrijo para tener por testigos el cielo y el campo.
A inteligencias tan dormidas se las despierta bruscamente, lanzándolas en un mundo completamente desconocido para ellas. Durante dos meses están siendo objeto de toda clase de atenciones, y como son bonitas, sus oídos oyen de continuo frases que, si al principio no comprenden, luego concluyen por envenenarles la existencia.
Tomó el tren y rodó por Francia como una masa inerte, con todas las sensaciones dormidas bajo el deseo único de tener alas o de suplirlas con una desenfrenada carrera que le llevase, en un vuelo inaudito, a la casa temible de Rucanto. Pasó como un relámpago por París.
Cuando, empujada de nuevo hacia el mundo por esta resistencia, no sabía qué pensar de su porvenir y vivía como una enfermera junto al padre, ignorando cuál podría ser su suerte, volviendo la espalda a los jóvenes chuetas que mariposeaban en torno de ella atraídos por los millones de don Benito, presentábase el noble Febrer, como un príncipe de cuento de hadas, para hacerla su esposa. ¡Qué bueno es Dios!... Se veía en aquel palacio inmediato a la catedral, en el barrio de los nobles por cuyas estrechas calles de pavimento azul y silencioso pasan los canónigos durante las horas dormidas de la tarde, atraídos por la campana de coro.
Palabra del Dia
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