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Actualizado: 11 de junio de 2025


Creyó ver gentes que se ocultaban detrás de un montón de mercancías al oír sus pasos. Luego sonaron tres detonaciones, tres tiros de revólver. Una bala silbó en uno de sus oídos. Y como yo no llevaba armas, corrí. Afortunadamente, fué cerca del buque, casi junto á la proa. Sólo tuve que dar unos cuantos saltos para meterme plancha adentro en el vapor... Y ya no dispararon más.

Lo mismo en el Saloncillo que en el Camarote había dos o tres ejemplares de la última gramática lata de la Academia, que no reposaban nunca. Contra quien se dispararon los tiros lingüísticos más envenenados, fué contra el inspirado don Rosendo, como quiera que era la cabeza y el nervio de su partido y convenía, más que a nadie, aniquilar.

La abrió, sin temer el diluvio de flechas que le dispararon; alzó a Balarán en sus brazos para que los de su bando le vieran, y en seguida, con titánica fuerza, arrojo por el aire el cuerpo inerte, que dio tremendo golpe en el despejado o en el claro abierto por la gente de guerra al apartarse horrorizada.

Los soldados dispararon a todos los sitios que les indicaron. No quise ver aquella horrible caza. Al día siguiente, al anochecer, se detuvo el Flying Fish y una barca vino a acercársele. Bajamos, con las esposas en las muñecas, y nos sentamos en la barca. Venía custodiándonos un oficial con varios soldados. Perdimos de vista el Pez Volador, y fuimos avanzando hacia tierra.

Lo sacaron detrás de una tapia, y le dispararon los tiros de muerte a la cabeza. Cayó vivo, revuelto en la sangre, y en el suelo lo acabaron de matar. Le cortaron la cabeza y la colgaron en una jaula, en la Alhóndiga misma de Granaditas, donde tuvo su gobierno. Enterraron los cadáveres descabezados. Pero México es libre.

Viendo los españoles y nuestros neófitos que Dios manifiestamente estaba de su parte, fueron con grande ánimo en su alcance, y con una tempestad de saetas y mosquetazos que les dispararon, hicieron en ellos sangriento estrago.

A ese ciudadano le voy a dejar cojo para toda su vida dijo el extranjero. Efectivamente, disparó y uno de los hombres cayó al suelo dando gritos. Buena puntería dijo Martín. No es mala contestó fríamente el extranjero. Los otros cinco hombres recogieron al herido y lo retiraron hacia un declive. Luego, cuatro de ellos, dirigidos por Luschía, dispararon al árbol de dónde había salido el tiro.

Al llegar con las mejillas pálidas y los ojos inyectados, todos dispararon sobre el cuerpo inanimado del terrible cabecilla, que pronto quedó espantosamente destrozado. Una vez concluido aquel acto de barbarie, engendrado por la cólera, los soldados quedaron silenciosos. Calmada la irritación, se hicieron cargo de que habían luchado contra un hombre solo y no quedaron satisfechos de mismos.

Muchas veces, y quizá algunas no en vano, dispararon Antonio y Periandro las escopetas; muchas piedras arrojó Bartolomé, y todas a la parte donde había dejado el bagaje, y muchas flechas el jadraque; pero muchas más lágrimas echaron Auristela y Constanza, pidiendo a Dios, que presente tenían, que de tan manifiesto peligro los librase, y ansimismo que no ofendiese el fuego a su templo, el cual no ardió, no por milagro, sino porque las puertas eran de hierro, y porque fué poco el fuego que se les aplicó.

Estábanle mirando los Cozocas desde la plaza de su Ranchería, y apenas el Padre se puso á mirarlos con la cruz en la mano, cuando prorumpiendo en gritos descompasados, á la usanza de bárbaros, le dispararon una tempestad de saetas, que á no repararlas Dios con su mano poderosa, hubiera quedado muerto. Los cristianos y cathecúmenos, viendo las cosas tan contrarias, se retiraron atrás.

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