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A juicio de mi marido, este proceso social va creando en Buenos Aires el arquetipo de la belleza física. La atención que presto a cuanto dice pues no tenéis idea de la elocuencia y solidez razonadora de mi esposo es para él un estímulo intelectual, y así sus disertaciones sobre la belleza de la mujer argentina participan de la profundidad de la ciencia y del encanto del arte.

Pero me autoriza un tanto para reirme de esas largas disertaciones encaminadas á demostrar que los nietos de Caín no supieron lo que era felicidad hasta que vinieron los fósforos al mundo, ó, mejor dicho, los fosforeros, ó como si dijéramos, los hombres de ogaño.

También le chocó sobremanera el tortuoso giro de pensamientos y discursos, por donde la mente de D. Acisclo, partiendo de las homilías, disertaciones filosófico-cristianas y demás sublimidades del Padre, había venido a parar en que debía él ser hombre político, a fin de pagar menos contribución y de tomar mucha distribución.

Si esto no daba resultado, escuchaba distraído las disertaciones fisiológicas de su suegro: al cabo solía dormirse beatamente en la butaca. Presentación era mucho más expedita. Mira, papá, no me des más jaqueca con el ovario, la fecundación y todo eso. Son porquerías que no debo oír. El confesor me lo ha prohibido. Lo creo respondía con acento profundo el sabio.

Para infundir en la mente de mis lectores un elevadísimo concepto y para entonar un himno en alabanza de la Compañía de Jesús, no he de ir yo á buscar frases y datos en libros escritos por jesuítas, ni en disertaciones é historias de católicos fervorosos y hasta fanáticos, sino que tomaré los datos y frases en un autor inglés, criado en el protestantismo y librepensador más tarde: en el famoso historiador y ensayista lord Macaulay.

Y aquí todos los argumentos conocidos en favor de la emancipación social de la mujer, expuestos con un orden que revelaba la frecuencia de ese género de disertaciones. Luego, empezó a hacerme preguntas sobre la Europa, hasta que el conductor vino a decirle que la cama baja del compartimento frente al mío, separado simplemente por el corredor de una vara, estaba a su disposición.

Pero haya o no en su novela lección o tesis, yo me limito a considerarla como libro de entretenimiento, declaro que me ha entretenido, y con esto basta para que yo celebre al autor y recomiende la lectura de su libro, el cual está bien escrito, con sencillez y gracia, y sin hacerse pesado con filosofías y otras disertaciones inoportunas.

Estas escenas daban materia á nuevas disertaciones; y quando no disputaban se aburrian tanto, que la vieja se aventuró á decirles un dia: Quisiera yo saber qué es peor, ¿ser violada cien veces al dia por piratas negros, verse cortar una nalga, pasar baquetas entre los Bulgaros, ser azotado y ahorcado en un auto de fe, ser disecado, remar en galeras, finalmente padecer todas quantas desventuras hemos pasado, ó estar aquí sin hacer nada?

Y después de estos razonamientos tan juiciosos, como doña Inés no pagaba a Juanita sino lo que cosía, y no le pagaba, para no humillarla, ni las horas que empleaba leyéndole libros ni el tiempo que perdía escuchando sus disertaciones, resultaba doña Inés, por obra y gracia de lo mirada que era, tenía lectora y auditorio y acompañante de balde.

Aun escuchando las fastidiosas disertaciones de la madre sobre sus múltiples enfermedades, me placía permanecer en su cuarto. ¡Los ojos de la hermana San Sulpicio disertaban en tanto sobre cosas tan lindas! Un día, poco después de llegar del manantial, estando sentados un momento en el patio, le pregunté: ¿Cuál es la verdadera gracia de usted? ¡Jesús, la verdadera! ¿Pues tengo alguna falsa?