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Actualizado: 22 de junio de 2025


«¡Pero, hija, qué alborotada está usted, y qué disparates dice! Extraño mucho que el pobre Juanín encuentre qué sacar de ese pecho...». Las demás personas que en la casa entraron estaban en la sala, sin atreverse a pasar mientras durase aquel animado coloquio de la diabla y la santa, cuyo lejano run run oían.

Surgía de su cabellera negra peinada a la diabla, con gracioso descuido; de su cuerpo esbelto, del revoloteo de sus faldas. Era una esencia sobrenatural que seguramente no podía comprarse en perfumería alguna, que tal vez era un engaño de la imaginación, pero se le subía a la cabeza como el más fuerte de los vinos. Ninguna mujer, al pasar junto a Maltrana, olía así.

¡Amigas!... repitió la diabla frunciendo las cejas . Por más que usted diga, no me puede ver, mayormente ahora que he tenido un hijo y ella no... Y lo que es ahora, ya no lo tiene, está visto... Que no le vueltas. Como Ballester se acercara a la puerta de la alcoba cuando oía reír a la santa, esta le dijo: «Entre usted si quiere divertirse, pues esto es una comedia.

Algunas nociones remotísimas de Darwin, recogidas por aquí y por allí a salto de mata, compaginadas a la diabla con ciertas confusas pinceladas de Schopenhauer, proveyeron a nuestro baroncito de una descabellada teoría nihilista, que predicaba impertérrito de círculo en círculo y de salón en salón, declarándose en todas materias, literatura, política, artes y sobre todo en moral, tan escéptico, cansado, aburrido, desengañado y desalentado, tan corrompido y tan caduco, tan hastiado de las viejas tradiciones, tan en liquefacción, en fin, que pronto sería necesario recogerlo con cuchara.

Clavos torcidos, y las barreduras de la casa. ¡Véngase ahora con jipíos y farsa!... Valiente caso le van á hacer. Mira, vieja de todos los demonios le dijo Torquemada furioso, por respeto á tu edad no te reviento de una patada. Eres una embustera, una diabla, con todo el cuerpo lleno de mentiras y enredos.

Ya debe de estar ahí, de vuelta de la iglesia, tomándose su chocolate... Anda prontito, hija, y te lo agradeceré mucho». En el tiempo que estuvo fuera Encarnación, la diabla no hizo más que dar a su hijo muchos besos, diciéndole mil ternezas. El chico estaba despierto, y callado la miraba, y aunque nada decía, a ella se le figuró que hablaba... «Estarás tan ricamente... hijo mío.

«Buenas tragaderas tiene el amigo dijo Ballester; y para , contemplando a la diabla, que dormía o fingía dormir : ¡Qué hermosa está!... Le daría yo un par de besos... con la intención más pura del mundo... He aquí una mujer que hoy no vale nada moralmente, y que valdría mucho, si reventara ese maldito Santa Cruz, que la tiene sugestionada... ¡Lástima de corazón echado a los perros...!».

La placera se puso en jarras al ver la escalonada tertulia que allí había, y cuando apreció quién estaba sentada en el lugar más alto, abrió medio palmo de boca, expresando su admiración de esta manera: «¡Bendito Dios! ¡El ama de la casa sentadita en la escalera, como una pobre que está esperando las sobras de la comida! Pero qué, ¿no está esa diabla? ¡Se ha escapado a la calle!

Palabra del Dia

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