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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Miré en derredor, dí un grito de supremo placer, me así del borde del altísimo bastion para no caer, porque un vértigo me arrebataba, y mudo, tembloroso, sin aliento, sentí una lágrima que se me escapaba como el mas puro homenaje.... Es que estaba mirando la imágen de mi Patria!
Bien sabe que no empleé voluntariamente artificio alguno para engañar a usted. El nombre que di aquella noche fue el primero que me vino a las mientes; precisamente el nombre de uno a quien creí muerto; el del disoluto compañero de mi vida de libertino.
Cuando entré en la casa de vecindad, al primero a quien pregunté me indicó la puerta del aposento del exclaustrado. Al asomar a ella, di un paso atrás. Le había sorprendido... mondando patatas. Pero ya era tarde.
En el bulevar de la Buena Nueva me compré una levita de verano por 35 francos. El amo del establecimiento quitó la enseña donde estaba escrito el precio, y nos dió la levita perfectamente envuelta en un gran papel. Yo le di dos piezas de 20 francos, y esperaba que me diera la vuelta; pero el amo no pensaba en tal cosa.
Inmediatamente dí al olvido mis padecimientos, pues me encontraba en Moxos, blanco de mis afanes, y al dia siguiente, despues de haber remado toda la noche vogando rio abajo, desembarcamos en Trinidad, capital de la provincia.
Dijo: «¿Queréis tomar a este hombre por vuestra mujer legítima?» En seguida preguntó: «¿Queréis tomar esta mujer por vuestro legítimo marido?» Pero, lo mejor del caso, es que sólo yo me di cuenta de aquello, y que los novios contestaron en seguida «sí» como si yo mismo hubiera dicho amén cuando debía, sin haber escuchado lo que precedía.
¡Soy inocente, señora, os lo juro! La condesa se echó a reír. ¡Un juramento! exclamó la condesa . ¿Qué significa eso en los labios de una infidente descarada? ¿No os di orden de que no perdierais un solo instante de vista a Elena? En efecto, señora, en eso falté a vuestras órdenes.
Yo di á leer al Padre de les Maestros las poesías inglesas que encontré en su cuaderno de bolsillo. Las traduje á nuestro idioma, y creo que no resultan mal. Si lo dudase, me hubiese convencido anteanoche de que la traducción es buena viendo el entusiasmo con que acogió su lectura el inmenso público de mi conferencia.
¡Es cierto! dijo Arturo con lágrimas en los ojos: me amaba con todo su corazón y yo no me di cuenta de ello, no pensé en corresponderle... ¡Y tenía diez y seis años! ¡Y era encantadora!... No puede usted imaginarse qué linda es... Es la mujer más bella de París. No lo dudo, señor Conde... pero si quiere usted que acabemos el inventario... Como usted guste...
Y en seguida: ¿por qué ponía el cura una cara tan chusca, mientras yo recitaba mi lección? Y me eché a reír mientras las lágrimas me rodaban por las mejillas. Pero por más que intenté profundizar este problema, no di con la solución.
Palabra del Dia
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