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Actualizado: 14 de junio de 2025
Cuando al cerrar la noche salía Fernando, sintiendo en su brazo el brazo de la amante y en la muñeca el dulce cosquilleo de sus dedos juguetones, deteníase algunas veces en la angosta acera antes de ganar las calles amplias del centro de la ciudad. «
El siñó Pep, tan absoluto en sus ideas, deteníase antes de tomar una resolución, rascándose la frente con gesto de duda mientras decía en voz baja: «Esto habrá que consultarlo con la atlota». El mismo Capellanet, que había heredado la terquedad paternal, desistía fácilmente de sus intentos de protesta con sólo una palabra de la hermana, una insinuación de su boca sonriente, de su voz dulce.
Deteníase a cada rato, y luego con gran esfuerzo seguía: Lord Gray me dijo después que él no podía hacerse católico, y que se alegraba de que yo entrase en el convento para robarme. Quise salir y el criado anunció la llegada de una señora... ¡Oh!
Y salía un regidor corriendo como un galgo, y al llegar a la casa señorial echando los bofes, sonreía y suspiraba con satisfacción viendo que el quefe estaba allí, paseando como siempre por su patio, dispuesto a sacarles del apuro como inagotable Providencia. «Fulano había dicho esto y lo otro». Deteníase en sus paseos don Ramón, meditaba un rato y acababa diciendo con fosca voz de oráculo; «Bueno; pues contestadle aquello y lo de más allá». El partidario salía desbocado como un caballo de carreras; todos sus compañeros se agrupaban ansiosos para conocer la sabia opinión y se establecía un pugilato entre ellos, queriendo cada uno ser el encargado de anonadar al enemigo con las santas palabras, hablando todos a la vez como pájaros que de repente ven la luz y rompen a cantar desaforadamente.
El embajador sacó un bolsico donde tenía unos escudos y, sin abrirlo, se lo dió, por parecerle que sería lo que significaba; no contento con esto deteníase contándole quién era y las ocasiones en que se había hallado de lance en lance.
Marchó, como en peregrinación, por la senda que aquella tarde precursora de su felicidad había seguido con Feli. Deteníase como un devoto a saborear en ciertos sitios el religioso goce del recuerdo. Aquí, había entregado su dinero a unas mendigas para que se emborrachasen celebrando su dicha; más allá, Feli le daba a chupar una naranja, con mohines graciosos.
Además, sentía un ansia vehemente por todos los goces y ostentaciones de la existencia: miraba con envidia los coches y los caballos; deteníase absorto en las puertas de las grandes casas, al través de cuyas cancelas veía patios de oriental suntuosidad, con arcadas de azulejos, enlosados de mármol y fuentes parleras que desgranaban día y noche sobre el tazón rodeado de verdes hojas un surtidor de perlas.
Palabra del Dia
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