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Actualizado: 1 de junio de 2025
En ella se queda la desventurada, exclamó poniéndose de pie y dando un hipido el señor Ginés de Sepúlveda, y ya, señora, que veis que de vos tan mal aventurado me aparto, y tan castigado y doliente, acordaos de mí en vuestras oraciones, que puede ser que Dios os oiga, y por vuestro ruego la paz del alma me vuelva que he perdido.
La desventurada no sabía ya qué partido tomar; se horrorizaba al pensar que entre los miles de habitantes de este enjambre no había uno que le dijera el nombre de la calle donde estaba el único asilo que podía acojer á la huérfana abandonada, sola, injuriada, medio muerta de miedo y dolor.
A poco de verse abandonada, triste y arrepentida la desventurada Facia, recogióla otra vez don Celso por caridad de Dios; y por caridad de Dios también no la dijo una palabra desde entonces que se refiera de cerca ni de lejos a su locura ni a su desgracia; y a su lado fue creciendo la niña Tona, ignorando los verdaderos motivos de las tristezas y amarguras de su madre, y viviendo en la creencia de que su padre había sido un hombre de bien que, como otros muchos, se había marchado a «la otra banda» para mejorar la fortuna, y que allí había muerto sin conseguirlo, al cabo de los años.
Hablábanle de Dios, y contestaba, en voz apenas perceptible, modas o viajes; queríanle recordar cosas tristes, y la desventurada, sin soplo vital casi, decía alguna festiva ocurrencia, que tomaba color de cementerio al pasar por sus lívidos labios. Toda la retórica piadosa de Lucía se estrellaba ante la invencible y benéfica ilusión de la hora postrera.
Pluguiera a Dios que mi madre hubiera tenido vocación de monja, que así yo no naciera, ni pasaran por mi familia desdichas que parecen una maldición que alcanza a la desventurada vida mía.
Uva a uva, pronto se acabó el racimo de los ahorros de la desventurada mujer; y cuando ya nada la quedó que ofrecer a la insaciable voracidad del vampiro, comenzó éste a esbozar otras exigencias que tardó en comprender el ofuscado y nunca muy sutil entendimiento de Facia.
En seguida va lamentándose jactanciosamente con todas sus amigas de lo mucho que cunde la inmoralidad y de que ella es tan desventurada y tiene tales atractivos, que no hay hombre que no la requiebre, la pretenda, la acose y ponga asechanzas a su honestidad, sin dejarla tranquila con su D. Gregorio.
Nada; sus registros resultaban siempre inútiles. La desventurada Felicia lloraba sin cesar. Nolo hacía esfuerzos por animarla. Pero tanto como ella necesitaba él de alientos, aunque por diferente motivo.
Brota aun sangre de tu profunda herida, desventurada Córdoba: ¿cómo en siglos mas felices no encontraste quien la cicatrizase? Recuerdo tiempos para tí dichosos, dias llenos para tí de magestad y gloria.
Porque yo veo ahora todos los conflictos, todos los problemas de mi vida con una claridad que no puede provenir más que de la razón... Y para que conste, yo juro ante Dios y los hombres que perdono con todo mi corazón a esa desventurada a quien quise más que a mi vida, y que me hizo tanto daño; yo la perdono, y aparto de mí toda idea rencorosa, y limpio mi espíritu de toda maleza, y no quiero tener ningún pensamiento que no sea encaminado al bien y a la virtud... El mundo acabó para mí.
Palabra del Dia
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