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Actualizado: 9 de junio de 2025


Acabose de beber su vino el señor Viváis-mil-años, despidiose de la tía Zarandaja, echole esta afuera, cerró la puerta de la calle y fuese a abrir la del aposentillo en que Cervantes toda la conversación que acababa de pasar había escuchado. Estaba nuestro mozo pálido de cólera, y a duras penas se contenía.

Despidióse, pues, de sus neófitos con mutuo sentimiento y dolor por el amor que el P. Joseph les tenía, y con que ellos le correspondían, dando antes orden de que mudasen la Reducción á lugar más cómodo y más abierto en las riberas del río de San Miguel, y pasando de aquí á los Chiriguanás encomendó el pueblo de la Presentación al cuidado del P. Juan Bautista de Zea y el de San Ignacio á los PP. José Tolú y Felipe Suárez.

Demetria permaneció grave y silenciosa. Las comadres trataron de tirarle de la lengua, pero fué inútil. Sus esfuerzos se estrellaron contra la actitud fría y reservada que siempre había caracterizado á la hija del tío Goro de Canzana. Despidióse presto y se encaminó velozmente á Lorío.

Despidióse de sus amigos, que los tenía muchos y muy buenos; prometióles que el verano siguiente sería con ellos, si enfermedad o muerte no lo estorbase; dejó con ellos la mitad de su alma, todos sus deseos entregó a aquellas secas arenas, que a él le parecían más frescas y verdes que los campos Elíseos.

Jacinto lo hizo con todas las precauciones imaginables como si se hallase atacado de un reuma agudo y no pudiese soportar el más leve movimiento. Despidióse de los abuelos que medio dormidos le dieron las buenas noches y muchas memorias para sus padres. Flora desprendió el candil que colgaba de la campana de la chimenea y le acompañó hasta la puerta.

Despidióse el avaro contentísimo por haber prestado un servicio al señor Loayza, y viendo en el porvenir, por vía de réditos, la canonjía magistral cuando menos. Ocho días después volvía Ribera a casa del padre Godoy, llevando un envoltorio bajo el brazo, y le dijo: De parte de su ilustrísima le traigo estas prendas.

Ya anochecía cuando escribió una carta a don Benigno Cordero, manifestándole lo que más adelante sabrá el curioso lector. Esta carta la dejó en poder de D. Felicísimo, previa formal promesa de entregarla a Cordero, que vendría pronto de los Cigarrales y se encontraría en su casa de la subida a Santa Cruz. Despidiose del anciano y partió aquella misma noche.

Con tan sabía máxima, que el heredero de Rumblar juró cumplir al pie de la letra, despidióse D. Paco, y seguimos nuestra marcha muy contentos.

Despidióse de Su Señoría y empezó a seguir la costa de Jamaica hasta el extremo oriental, o sea el más próximo a Santo Domingo, realizando una navegación de treinta y cinco leguas. En el camino le hicieron prisionero ciertos indios salteadores del mar, y se libró de ellos milagrosamente.

Despidióse, pues, el pobre hombre de aquel dichosísimo lugar, mas cuando empezaba á entrar por el primer camino, vió que le salía al encuentro la Reina del cielo, servida de gran multitud de santos, que despedía de su rostro tantos rayos y resplandores, que quedó pasmado de la belleza y atónito de la majestad de su semblante; y saludándole su Majestad á él en su lengua, con aire de enojada le preguntó qué llevaba colgado al cuello.

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