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Actualizado: 5 de junio de 2025


Hechos los ofrecimientos y despedidas de ordenanza, vino un fuerte abrazo, dado por mi querido amigo D. Manuel Junquitu, quien me esperaba en el desembarcadero. El resto de la tarde lo pasamos en visitar el pueblo, el cual me pareció sucio y triste. Está dividido por un río, sobre el cual se levanta un magnífico puente, construido en estos últimos años.

En el momento un poco tumultuoso de las despedidas, al separarnos después de la velada, mi padre invitó a todos a venir esta noche a casa a festejar el regreso de Máximo. Todos aceptaron menos la señora Jansien, que estaba ya comprometida, y las de Grevillois, que tienen que estar en Ruán mañana por la tarde y no vuelven hasta dentro de dos días.

Las despedidas cara a cara no son buenas para romper. Haré lo que quieras, lo que me mandes, niñita de mi alma, monísima... más salada que el terrón de los mares. iv A la siguiente mañana, Jacinta se levantó muy gozosa, con los espíritus avispados, y muchas ganitas de hablar y de reír sin motivo aparente. Barbarita, que entró de la calle a las diez, le dijo: «¡Qué retozona estás hoy!... Oye.

El resto de la conversación no fue escuchado por la joven. Un pensamiento desolador absorbía su espíritu. Pero en breve fue despertada por el alboroto de las despedidas. Promesas de volver a verse pronto, apretones de manos, actitudes coquetas, graciosas muecas, sonrisas afectuosas, todas estas manifestaciones vehementes parecían brotar de los sentimientos más sinceros.

Puestos los caballos al paso y afianzándonos en el borrel de la silla, bajamos la escabrosa cuesta de las Despedidas, á cuya falda se asienta sobre un riachuelo el puente de aquel nombre, el cual le fué dado, según he podido averiguar, por ser el lugar señalado por la costumbre para despedir los de Tayabas á los que se van. ¡Qué tiernas escenas habrá presenciado! ¡Cuántas lágrimas habrá absorbido su candente arena! ¡De cuántos juramentos y de cuántas fugaces promesas habrá sido mudo testigo!....

Los que habitaban en el pueblo se apearon del tren; los que vivían en Madrid se quedaron en él, uniéndose a ellos los que como Cirilo y Visita no habían participado de la excursión. Despedidas, besos, plácemes, risas, gritos y promesas. Silba la máquina. ¡Adiós, adiós! Elena se agarró fuerte y afectadamente al brazo de su marido en cuanto se bajó del tren y no volvió a soltarlo.

Hubiera sido poco piadoso recordarle los melancólicos acabamientos que nos rodean y que espejan la muerte en cada cosa que miramos. Jamás la hablamos de las despedidas, de las naves que parten y de los corazones ausentes, de las últimas notas de las melodías. Y sobre todo, de ese terrible fantasma del otoño.

El día en que presentamos la escena á nuestros lectores era el último que Andrés debía pasar bajo el techo paterno: le había destinado á despedidas, y ya tuvimos el gusto de ver el resultado que le dió la de don Damián; día que, dicho sea inter nos, había costado muchas lágrimas á la pobre madre, á escondidas de su familia, pues no podía resignarse con calma á ver aquel pedazo de sus entrañas arrojado tan joven á merced de la suerte, y tan lejos de su protección.

Empezaron las despedidas, y los que se iban disimulaban el despecho, cierta vergüenza; se creían humillados, casi en ridículo. Muchacho había que saludaba torpemente y salía como corrido. Las señoras eran las que peor fingían tranquilidad e indiferencia. Algunas salían ruborizadas. Glocester era de los que no estaban convidados.

Y entonces no habrá quien me tosa... ¡Oh!, si no lo sintiera aquí dentro, yo y seríamos iguales, tan loco el uno como el otro, y entonces que debíamos matarnos. Oíase el run run de las despedidas de doña Silvia y Rufinita en el pasillo. A poco entró la de Jáuregui, y viéndola su sobrino, se volvió al sofá, dejando a su mujer en pie en medio del cuarto.

Palabra del Dia

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