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Actualizado: 10 de junio de 2025
Y apenas la descubrí, cuando con una maroma me asentaron un azote con hijos en todas las espaldas. Comencé a quejarme; quíseme levantar; quejábase el otro también; dábanme a mí sólo. Yo comencé a decir: ¡Justicia de Dios! Pero menudeaban tanto los azotes sobre mí, que ya no me quedó, por haberme tirado las frazadas abajo, otro remedio sino el de meterme debajo de la cama.
Lisboa, junio. Mi excelente madrina: Hé aquí lo que ha «visto y hecho» desde mayo en la hermosísima Lisboa. «Ulyssipo pulcherrima», su admirable ahijado. Descubrí un compatriota mío de las Islas, mi pariente, que vive desde hace tres años construyendo un sistema de Filosofía en el piso tercero de una casa de huéspedes de la travesía de la Palha.
Mas en aquel mundo de fantasmas, mis ideas, no me daban ni un momento de reposo, y a poco recaía en poder de ellas. Y así discurriendo por las regiones de lo vago, y tratando de comparar ciertas impresiones mías con otras de las de mis heroínas preferidas, vi hacerse la luz sobre un importante punto. Descubrí que estaba enamorada y que el amor es la cosa más encantadora del mundo.
Acababa de entrar en prensa la última página de La Estrella del Norte de 19 de julio de 1865, única publicación diaria editada en Klamath County, y a las tres de la mañana dejaba yo a un lado mis manuscritos y pruebas, preparándome para irme a casa, cuando debajo de algunas hojas de papel que separaba, descubrí una carta.
Leyéndolas, encontré que era la correspondencia de una relación íntima, que participaba de la fortuna de Blair y le ayudaba secretamente en la adquisición de sus riquezas. Se mencionaba mucho en ellas «el secreto», y descubrí también repetidas advertencias sobre que no debía revelar nada del particular a Reginaldo ni a mí.
Al desprenderse de mí, clavó la vista durante un buen rato en el crucifijo que estaba colgado sobre el testero de su cama. Se había descubierto la cabeza para eso, y yo, por respeto a lo que debía de estarse tratando en aquella escena sin palabras, me descubrí también.
Hace algunos meses me aficioné de nuevo a la coquetería; amábame uno, y yo también le amaba. Entonces fué cuando descubrí la verdad: no era ya tan bella. Evidentemente, con los trampantojos ordinarios de la toaleta todavía causaba cierto efecto a la luz artificial. De regreso en mi casa, hallábame cara a cara con la verdad.
En las batallas poco hay que ganar, como no sean testarazos, á menos que se logre rescate por algún pájaro gordo. Lo que hubo fué que en Isodún yo y otros tres muchachos de Gales nos metimos en un caserón muy grande que los otros camaradas pasaron por alto y allí descubrí y me apropié un cobertor de finas plumas como sólo los estilan las duquesas de Francia.
Al llegar al pié del obelisco, volví los ojos instintivamente como para ver si descubria el arco del Triunfo, lo descubrí en efecto como desde la mar se descubre un monte, y una idea ardiente cruzó como un rayo por mi imaginacion.
Descubrí el de la luz, descubro hoy otro.... ¿Es posible que tú, tan hermosa, tan divina, seas para mí? ¡Prima, prima mía, esposa de mi alma! Parecía que iba a caer al suelo desvanecido. Florentina hizo ademán de levantarse. Pablo le tomó una mano; después, retirando él mismo la ancha manga que lo cubría, besole el brazo con vehemente ardor, contando los besos.
Palabra del Dia
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