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Actualizado: 7 de noviembre de 2025
Viendo que nada conseguía, se puso serio, tan extraordinariamente serio que parecía un hombre. La miraba con sus ojazos vivos y húmedos, expresando en ellos y en la boca todo el desconsuelo que en la humanidad cabe. Adán, echado del paraíso, no miraría de otro modo el bien que perdía. Jacinta quería reírse; pero no podía porque el pequeño le clavaba su inflamado mirar en el alma.
Y aun ahora, la tengo aquí fija y clara... Será un delirio, una aberración; pero aquí dentro está la idea, y mi mayor desconsuelo es que no puedo ya, por causa de la muerte, probarme que es verdadera... Porque yo me lo quería probar... y créalo usted, me hubiera salido con la mía».
Por fin llegó la certidumbre, y él esperando, esperando una ocasión de decírselo a ella... Así, cuando le contaron que Benina quería al galán bunito, y que se lo había llevado a su casa nada menos que en coche, le entró tal desconsuelo, seguido de tan espantosa furia, que el hombre no sabía si matarse o matarla... Lo mejor sería consumar a un tiempo las dos muertes, después de haber despachado para el otro mundo a media humanidad, repartiendo golpes a diestro y siniestro.
Grande fue el asombro del doctor al ver a la señorita sola y con aquel interesante aparato de pena y desconsuelo, que lejos de mermar su belleza, la acrecentaba. ¿Qué tiene la niña? exclamó con interés muy vivo . ¿Qué es eso, Florentina? Una cosa terrible, Sr.
La respuesta que aquélla trajo fue que la señorita aún no se había levantado, por hallarse un poco constipada, que en cuanto se levantase le avisaría para ponerse en camino. Sin saber por qué, aquella novedad produjo en el P. Gil un gran desconsuelo; sintió profundo disgusto, presintiendo una catástrofe.
Hallábase la familia vagando por la casa y por el portal, sin hablar una palabra y tropezando unos con otros, asomándose a los esquinales, mirando por aquí y escuchando hacia allá, y volviéndose adentro y tornando a salir. Tenía los ojos Tanasia como puños, de tanto llorar; y en cuanto me vio a mí se llevó el delantal a ellos; y tal fue su desconsuelo, que parecía echar el alma en cada sollozo.
Isidora ya tenía conocimiento con Eponina, porque esta le hizo algunos vestidos en los prósperos tiempos botinescos. Conocedora Eponina del buen gusto de la de Rufete, siempre que esta subía mostrábale sus galanas obras, pidiéndole parecer, de lo que Isidora recibía mucho gusto, si bien este se desvanecía con el desconsuelo de ver tantas cosas ricas que no eran para ella.
Obdulia experimentaba un gran desconsuelo ante esta actitud severa y reservada. Pero poco a poco el sello que el sacerdote pedía para reconocer el origen celestial de sus visiones fue apareciendo. El espíritu de la joven se acendró de todas las impurezas. Su devoción a las prácticas religiosas, sobre todo al sagrado pan eucarístico, era cada día mayor.
Su tristeza y desconsuelo iban en aumento. Tenía ganas atroces de llorar. No se atrevía a dirigir la palabra a Marta, porque no se le conociese la emoción. Además, ¿por qué se la había de dirigir?... ¡Una chica tan insensible! Dejó caer la cabeza sobre el almohadón del sofá y cerró los ojos con ademán de meditar. ¡Había meditado ya tanto, tanto, desde hacía algunas horas!
Cuando el señor del gabán claro pasó por la trágica esquina, Isidora echó a correr, llegose a él, se le colgó del brazo. Hubo exclamaciones de sorpresa y alegría... Después siguieron juntos, y se perdieron en la niebla. «¡Ah! murmuró D. José con vivo dolor . Es el marqués viudo de Saldeoro... ¡Ingrata!... ¡Y qué hermosa!». El pobre señor se apoyó en la esquina: su desconsuelo era grande.
Palabra del Dia
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