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Seremos amigos ¿verdad? le dijo la hermosa dama reteniéndole por la mano . Muchos recuerdos a su hermanita. Necesito darle una satisfacción de aquella brusca y extraña visita, y se la daré. Dígale usted que uno de estos días la voy a sorprender en medio de sus faenas caseras.... Me interesan ustedes muchísimo, dos hermanitos tan jóvenes viviendo solos.... Adiós, Alcázar: lo dicho.

Porque mire usted que es remala; ¡engañar a dos, a dos, señora, a y a la otra, que es un ángel, según dice todo el mundo! Dígale usted que su cuenta con la Samaniega está ajustada. Me parece que está usted muy trastornada... Cállese, cállese y atienda a su hijo...

Con esto llegaron al punto en que la vereda se dividía y se separaron. Pronto nos veremos dijo el veterano. Dentro de un rato iré a ponerme a la disposición de usted y saludar a sus patronas. Dígale usted de mi parte a la Gaviota gritó Momo que me tiene sin cuidado su enfermedad, porque mala yerba nunca muere. ¿Hace mucho tiempo que el comandante está en Villamar? preguntó Stein a Momo.

Bueno, salude usted afectuosamente a mi tío, y dígale que tengo que hablar primero con mis padres él sabe de qué se trata y que inmediatamente después iré a verlo. La anciana murmuró algo, pero las palabras se ahogaron en su garganta. El carruaje continuó su camino hacia la casa del viejo Hellinger, situada bajo la sombra de viejos y soberbios tilos, como bajo un dosel.

Entonces Ivonet llamó á un tal Ducoureau, diciéndole: "Lleve al señor al lugar en que se encuentra acampada la 'artillería' y dígale á Saborié que he nombrado á este blanco Jefe de la Artillería del Ejército Reivindicador." Ferreiro quedó confuso, anonadado. ¿Jefe de artillería él, que no sabía ni qué forma tenía una granada, ni jamás había visto de cerca un cañón?

Me parece una gran idea respondió ésta entregando al mismo tiempo a don Adrián las acuarelas . Y dígale usted, de mi parte, que cuando vaya nos lleve algunas obras más de esta clase, para verlas... y admirarlas... ¡Ay, qué bien lo hace, don Adrián! ¡Quién fuera capaz de la mitad de ello siquiera! ¿De veras, señorita? preguntó el boticario conmovido de gusto.

Me entregó usted un sobre del padre de Mary.... Cierto. Pues yo le tengo que entregar a usted otro para ella. Déselo usted el día de la boda. ¿No será una venganza? No, no; puede usted estar tranquilo. Dígale usted que es de parte de su familia. Será para usted y para ella una sorpresa agradable. Tomé el sobre, vacilante. El siguió mirándolo todo con atención.

Vio a Blanca, la sometió a todas las añagazas y a todo el procedimiento aparatoso del arte, y en medio de la aflicción sincera de mi tío y de los invitados, sacó al marido aparte y le dijo sonriendo: Bien, amigo don Ramón... le felicito... Doctor, no entiendo... perdone usted... le contestó mi tío. Pues dígale a Blanca que se lo explique... ¿no le ha dicho nada?

-Par Dios, señora -dijo Sancho-, que ese escrúpulo viene con parto derecho; pero dígale vuesa merced que hable claro, o como quisiere, que yo conozco que dice verdad: que si yo fuera discreto, días ha que había de haber dejado a mi amo.

Seguro, contesta: Dígale usted que le quiere. Gracias, contesta de buena fe. ¿Quiere usted llevarle a la muerte? trueque usted la palabra, y dígale: te llevo a la gloria: irá ¿Quiere usted mandarle? dígale usted sencillamente: yo debo mandarte. Es indudable, contestará. He aquí todo el arte de manejar a los hombres. ¿Y es malo el hombre? ¿Qué manada de lobos se contenta con un manifiesto?