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Actualizado: 23 de junio de 2025


Aprécieme si puede, compadézcame si quiere, no me maldiga, ocurra lo que ocurra, y si en el próximo correo recibe un sobre orlado de negro, hágame el honor de creer firmemente que no tengo ningún derecho a su reconocimiento. »Beso la mano más linda de París. La condesa viuda de Villanera a la señora de La Tour de Embleuse. «Villa Dandolo, 2 mayo 1853.

»P. S. No se olvide usted de mi criado y sobre todo que sea joven. Nuestros matusalenes del hotel Villanera no se aclimatarían aquíGermana a su madre. «Villa Dandolo, 7 mayo 1853. »Mi querida mamá: El viejo Gil, que le entregará esta carta, le dirá lo bien que se está aquí. No es en Corfú donde ha cogido las fiebres; fue en la campiña de Roma; de modo que no tenga usted ningún cuidado.

Los Dandolo y los Vitré, el doctor Delviniotis, el juez y el capitán pasaban algunas veces días enteros alrededor de la hermosa enferma. Ella los retenía con alegría, sin darse cuenta del motivo secreto que la hacía obrar así. Es que ya comenzaba a evitar las ocasiones de encontrarse sola con su marido.

Esos chiribitiles aristocráticos que conservan un aire de grandeza en medio de su desolación, participan de granja, de castillo y de choza. Si conseguimos alquilar la villa Dandolo, quizá no estaremos del todo mal. Bastará con poner algunos vidrios en los balcones. La exposición es admirable, al Mediodía, sobre el mar. El jardín, muy hermoso.

El doctor estaba espantado ante la agitación de Germana. No sabía si atribuirla al uso inmoderado del yodo o a alguna emoción peligrosa. La señora de Villanera acusaba secretamente al conde Dandolo; don Diego se acusaba a mismo. Al día siguiente, Le Bris reconoció una inflamación en los pulmones que podía producir la muerte, y llamó al doctor Delviniotis y a dos de sus colegas.

La sombra que había seguido a Mantoux desde la villa Dandolo hasta el jardín de la señora Chermidy era el duque de La Tour de Embleuse. Un instinto tan infalible como el razonamiento dijo al insensato que Mateo era esperado en casa de la bella arlesiana. Espió su partida; esperó la hora en el fondo de un corredor obscuro de la villa.

El estado de la enferma mejoraba con una rapidez increíble, gracias a la discreta colaboración de Mateo Mantoux. Un desconocido que hubiese estado por primera vez en la villa Dandolo no habría sospechado que allí hubiese una tísica. A fines de agosto, Germana estaba fresca como una rosa y redonda como una fruta.

El capitán se detuvo ruborizándose hasta las orejas. Creo dijo que he ido más lejos que mi pensamiento. ¿Dónde estábamos? En todas partes respondió el conde Dandolo. Es justo, puesto que hablamos de Inglaterra. ¿Cree usted que si lo de Ky-Tcheou hubiese ocurrido a un navío inglés se hubieran conformado sus oficiales con bombardear la ciudad? ¡No son tan tontos!

Sus huéspedes acababan de despedirse de ella; la condesa y su hijo habían ido a acompañar a la señora de Vitré; el doctor se marchó a la ciudad con los Dandolo y Delviniotis. La casa estaba en poder de los criados, que dormían la siesta, según costumbre, donde el sueño los había sorprendido.

Usted no se parece al señor Le Bris, ni a Gastón de Vitré, ni a Spiro Dandolo ni a ninguno de esos que tienen éxito con las mujeres; y no obstante, fue al verle a usted la primera vez cuando comprendí que el hombre era la más bella criatura de Dios. ¿Me ama usted, pues, un poco, Germana? Hace ya mucho tiempo. Desde el día que entró usted en el palacio Sanglié.

Palabra del Dia

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